Querido loco:
Estoy melancólico, nostálgico. Cierran la nueva Los Espumosos, en Zaragoza. Ya no miro siempre hacia delante. Vuelvo la vista atrás, será la edad. Naturalmente, la que añoro es la mítica cervecería de Independencia, y me consta que no soy único entre los de mi quinta.
Desde niño era estación obligada en el paseo dominical de mi familia, en ello insistía con toda ilusión. Lugar mágico, un misterioso palacio de incógnitas dimensiones donde todo estaba cerca y lejos, era luminoso y confuso, íntimo y populoso... Entre el humo, que ascendía a los altos techos con el lánguido movimiento de los ventiladores, se entreveía su señorial decoración de espejos y columnas ornamentados. Los camareros, aquellos de antes tan amables y elegantes, cantaban comandas sobre el tumulto de conversaciones. Todo era opulencia, sabor y alegría. Hasta el suelo lucía, como era preceptivo, su cubierta de peladuras, palillos y servilletas de fino papel.
Mi padre –ese héroe infalible- encontraba mesa entre las sombras de la siempre abarrotada y sonora cervecería, como un milagro. Siguiendo la magia, compartíamos un lugar íntimo, donde la luz y el humo permitían distinguir poco más allá de nuestra mesa, y el bullicio confundía cualquier palabra que no fuera próxima. Comenzaba el desfile, como un ballet de Tchaikovsky, servido en cristal y loza blanca.
En Los Espumosos me dejaron probar mi primera cerveza. Una caña con limón como solo he tomado allí. Hecha con buen jarabe, no con refresco. Me consta que no se han olvidado su ensaladilla o los calamares. No eran tubo de pota, tan común en nuestras barras, sino calamares de calidad. Aún hoy busco desesperado ácido acético -que rebajo con ginebra- solo para aderezar berberechos de lata, cuando quiero darme un homenaje. Para mí es un verdadero lujo, una visita a los auténticos Espumosos que disfruto con el alma. Un viaje a la magia y el misterio, a la ilusión y al asombro que aún guardo en un rincón infantil de mi corazón.
Cosas del progreso. Cerraron aquella y se trasladaron al paseo Sagasta. Conservaron gran parte de oferta, con su calidad. La nueva era indudablemente grande -dos pisos- más iluminada, menos íntima y nada elegante. Cambiaron la madera y el bronce modernistas por pintura y lacado verde. Todo quedaba expuesto en su fría luz, impoluto. Nada acolchaba el murmullo, privado de las cantinelas de los camareros. Se fue el misterio, la calidez, la magia… y los berberechos de lata.
Tapeando en la sala de espera de un moderno hospital. Me siento como Winston al final de "1984", agradeciendo a papá estado -nuestro Gran Hermano- que tutele nuestra vida. Ni siquiera importa no poder fumar. El humo no tiene nada que velar, tan solo flotaría crudamente hasta la rejilla de un aire acondicionado.
Entraba ocasionalmente a la fría cervecería de Sagasta, como quien va al cementerio a reavivar recuerdos. Lo importante eran aquellos momentos familiares, no la calidad de las consumiciones, la profesionalidad de los camareros o el increíble ambiente. Con todo, compadezco a las nuevas generaciones. Agoniza la hostelería. Leyes, impuestos y beneficios hacen lugares menos atractivos. No me extraña que acaben bebiendo en calles y parques, como vecinos de un pueblo semiabandonado.
En mi loco mundo, los jóvenes han decidido que ya se ha perdido demasiado. Se lo gastan en el mejor alcohol que pueden –y lo disfrutan libres- en vez de pedirle venenoso garrafón a un maleducado –rodeado de matones- en un local insulso, incómodo y lleno de limitaciones. No cejéis, muchachos, hasta que os devuelvan la magia que nosotros disfrutamos. ¡Marchaaando!
NOTA. Las puertas de la evocación, a veces puertas de la nostalgia , son entradas que publicamos a la vez distintos blogeros en sus respectivos blogs.
Fue inspirado por una amiga - la que dije en mi texto anterior- que me animó a escribir y publicar lo que hoy he contado. Ella también participa, su entrada es esta:
http://miette-lafeeauxmiettes.blogspot.com/2010/09/puertas-de-la-nostalgia-i.html
Todos tenemos opiniones que a nadie interesan. Este mísero mundo no necesita otro Pepito Grillo desgañitándose para que seamos sensatos. Si en el mundo de los locos la cordura es el verdadero delirio, meteré mis locuras en esta botella y la arrojaré a la red.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
domingo, 5 de septiembre de 2010
Puertas de la evocación.
Hola, loco.
Creo que era Benjamín Franklin, con humor científico, quien dijo que dos traslados equivalen a un incendio. Entre lo que se tira, rompe, pierde o ya no vale… lo único que te ahorras es el olor a chamusquina. El caso es que terminamos el segundo traslado en menos de dos años. Me queda una montaña de libros para los que aún no tengo sitio. Mi mujer se queja de que llenan las vitrinas, pero los prefiero a cualquier adorno.
Ordenando el trastero, para dejar provisionalmente algunos, se hace repaso de la vida. Qué cantidad de recuerdos guardamos. Nos negamos a abandonarlos porque nos devuelven un poco del pasado, de nuestra vida. No nos damos cuenta, pero también estamos llenos de recuerdos dormidos, que vivimos inconscientemente.
Podemos ser conscientes de que el rostro de una prima, por ejemplo, es clavado a ese busto de la abuela que ha estado años mirando al ficus. El busto, mi abuela ya... También las fotografías son saltos directos. Sin embargo, nuestra cotidianidad está llena de pequeñas cosas que son recuerdo inconsciente de algo. Costumbres, gustos, lugares, incluso personas por las que tenemos especial preferencia. Sin darnos cuenta, nos atan a momentos vividos. Los llamo puertas de la evocación.
Un inciso. Me molestan aquellos que justifican su mal comportamiento hacia alguien, basándose en que es natural que haya quien les caiga mal sin motivo aparente. Quien antepone los instintos a su humanidad es sencillamente un animal. Ocurre, caen mal, pero solo hay que detenerse y reflexionar para descubrir porqué. En mi caso, siempre había una explicación de la que el interesado solía ser inocente. Como esos nombres que nos gustan o no -aunque sean raros o populares respectivamente- porque los relacionamos con personas.
Volviendo al lado positivo. A mi parecer, esas evocaciones son más importantes que los recuerdos directos. Influyen en nuestra forma de ser porque las llevamos dentro, siempre. No las podemos meter en un marco o dejarlas sobre un mueble. Nos dan pequeños alivios, permitiéndonos evitar la uniformidad que impone la obligación diaria. Nos hacen únicos y personales, humanos. Quiero poner alguna de mis puertas especiales entre mis quejas, de vez en cuando.
Especialmente ahora. Tengo la suerte de conocer a una admirable escritora que hará lo mismo. En parte, ella me ha ayudado a entender esto. Con un estilo breve y sencillo, siempre encantador, deja en su blog un rastro de miguitas –es "La Fée aux Miettes"- que nos lleva a mundos que merece la pena encontrar. A veces hace pensar y otras solo disfrutar.
La vida actual es cada vez más impersonal y apresurada. En mi loco mundo aún hay personas capaces de regalarnos pensamiento y belleza, siendo así de refrescantes: "Yo sueño con hormigas, me piden que les haga una foto. Mientras, oigo el suspiro de las mariposas…"
Creo que era Benjamín Franklin, con humor científico, quien dijo que dos traslados equivalen a un incendio. Entre lo que se tira, rompe, pierde o ya no vale… lo único que te ahorras es el olor a chamusquina. El caso es que terminamos el segundo traslado en menos de dos años. Me queda una montaña de libros para los que aún no tengo sitio. Mi mujer se queja de que llenan las vitrinas, pero los prefiero a cualquier adorno.
Ordenando el trastero, para dejar provisionalmente algunos, se hace repaso de la vida. Qué cantidad de recuerdos guardamos. Nos negamos a abandonarlos porque nos devuelven un poco del pasado, de nuestra vida. No nos damos cuenta, pero también estamos llenos de recuerdos dormidos, que vivimos inconscientemente.
Podemos ser conscientes de que el rostro de una prima, por ejemplo, es clavado a ese busto de la abuela que ha estado años mirando al ficus. El busto, mi abuela ya... También las fotografías son saltos directos. Sin embargo, nuestra cotidianidad está llena de pequeñas cosas que son recuerdo inconsciente de algo. Costumbres, gustos, lugares, incluso personas por las que tenemos especial preferencia. Sin darnos cuenta, nos atan a momentos vividos. Los llamo puertas de la evocación.
Un inciso. Me molestan aquellos que justifican su mal comportamiento hacia alguien, basándose en que es natural que haya quien les caiga mal sin motivo aparente. Quien antepone los instintos a su humanidad es sencillamente un animal. Ocurre, caen mal, pero solo hay que detenerse y reflexionar para descubrir porqué. En mi caso, siempre había una explicación de la que el interesado solía ser inocente. Como esos nombres que nos gustan o no -aunque sean raros o populares respectivamente- porque los relacionamos con personas.
Volviendo al lado positivo. A mi parecer, esas evocaciones son más importantes que los recuerdos directos. Influyen en nuestra forma de ser porque las llevamos dentro, siempre. No las podemos meter en un marco o dejarlas sobre un mueble. Nos dan pequeños alivios, permitiéndonos evitar la uniformidad que impone la obligación diaria. Nos hacen únicos y personales, humanos. Quiero poner alguna de mis puertas especiales entre mis quejas, de vez en cuando.
Especialmente ahora. Tengo la suerte de conocer a una admirable escritora que hará lo mismo. En parte, ella me ha ayudado a entender esto. Con un estilo breve y sencillo, siempre encantador, deja en su blog un rastro de miguitas –es "La Fée aux Miettes"- que nos lleva a mundos que merece la pena encontrar. A veces hace pensar y otras solo disfrutar.
La vida actual es cada vez más impersonal y apresurada. En mi loco mundo aún hay personas capaces de regalarnos pensamiento y belleza, siendo así de refrescantes: "Yo sueño con hormigas, me piden que les haga una foto. Mientras, oigo el suspiro de las mariposas…"
jueves, 2 de septiembre de 2010
Las Joyas del reality.
Hola, loco.
Pido disculpas a quien esperara mayor continuidad. He sido operado –ya estoy bien, gracias- y he estado de vacaciones. Ahora no dispongo del mismo ordenador, apenas puedo leer el blog y no podré responder a vuestros amables comentarios.
Una amiga me sugirió que incidiera en los temas de educación, de cortesía concretamente. Para mí es un tema tangencial, que ha de salir entre mis quejas. Importante, sin ser principal. Por ello, me agradó la idea de "Las Joyas de la Corona". Me causó buena impresión la versión anglosajona.Como ya dije, la buena intención es la base de la buena educación.
Lo que vi en la primera entrega no me convenció. Mal empezamos, si Josemi Rodríguez-Sieiro es referencia. Dejando aparte que siempre me han dado repelús los ultra-conservadores con pluma, que no me cuadran. Quizá sea prejuicio mío, exagerado por mi aversión a la hipocresía. Tiene esa actitud sobre-actuada de… nariz arrugada, tendencia a valorar las cosas económicamente y otros detalles desagradables. Precisamente había aquí denunciado la mala educación que delatan. Sobre la ropa, la mayoría se habrá dado cuenta. No se viste para estar acorde a la situación y al resto de invitados, lo hace para destacar. Incluso pareciera que lo hace para quedar por encima, sobre todo cuando insiste en que su ropa es mejor. Según la definición clásica no viste -ni se comporta- elegantemente.
La persona elegante no peca de exceso. La elegancia también es una actitud personal, que acompañada de naturalidad permite alguna excentricidad, pero no todas constantemente. Por cierto: dar lecciones de educación y estilo a quien no las espera, corrigiéndole en publico, es impertinente y terriblemente maleducado.
Así, no vi la segunda entrega. Me había quedado la sensación de una escuela de nuevos ricos o de petimetres, de los que hacen reír en ciertas reuniones si no sacan los pies del tiesto. Sin embargo vi la tercera. En ella oí a don Liberto dar claves sobre el verdadero sentido de la buena educación, también oí algo similar en boca de doña Mariasela Álvarez. Buenos consejos, destinados a mejorar a los jóvenes alumnos desde lo profundo, que no solo les convertirán en personas educadas –si los asimilan- sino mejores personas, incluso personas de éxito.
Las enseñanzas de otros profesores adquieren valor en este contexto positivo. Las de doña Bárbara de Senillosa , incidiendo en un nada desdeñable respeto a los demás, toman autentica dimensión. Lo digo a pesar de la actitud que tiene, hiriente en ocasiones ¿Soy el único al que le recuerda a aquella doña Alicia de "Curso del 63"? Ser cortante con un subordinado irrespetuoso –que es lo que son algunos alumnos- puede ser justo y necesario, pero hay que dosificar mucho y no presionar gratuitamente. Especialmente cuando se es ejemplo personal, y en este caso son el único modelo para sus alumnos.
En este punto el balance es positivo, incluso teniendo en cuenta la actitud de Nacho Montes, aún más hiriente aunque nazca de la buena intención. Sin duda, como profesor en una academia de este tipo, hay cosas que debe decir a sus jóvenes. No le falta razón, valor para asumir el papel de "hueso", e incluso acierto. Otra cosa es que presione demasiado y no sea modelo en las formas, se pasa. Respecto a su validez en la materia concreta que le ha tocado… solo diré que si el antes mencionado Josemi volviera a hacer de muñeco de ventrílocuo, Nacho Montes no desentonaría de pie, detrás suyo, metiéndole la mano por detrás. La mano, señores, por favor, castamente.
Carmen Lomana es educada y predica actitudes positivas, como no darle a las cosas valor por el precio ¿Sería así sin recursos ilimitados? Como ejemplo vital, no la pondría de máximo modelo ni aunque los alumnos estuvieran podridos de dinero.
Un inciso. Conozco suficientes, criados en ambientes exclusivos, para asegurar que la forma de hablar de la directora no es el resultado del botox o un error de quirófano, como dicen malas lenguas. Algunos realmente hablan así de exagerado. Es acento que queda en distinto grado. De hecho, hay quien habla con cierta normalidad teniendo hermanos con ese defecto. Su forma extrema no es necesaria para nada que no sea marcar diferencias, quien de joven se sintiera inseguro. A partir de cierta edad es prácticamente incorregible. Intentar imitarlo en serio –hay quien lo hace- es penoso: se nota y queda aún más ridículo.
He estado viendo capítulos y, al final de cada uno, expulsaban –groseramente, por una trampilla- a un alumno. En los que he visto, desechaban a jóvenes comedidos, discretos, prudentes y alguno incluso aplicado. Salvan repetidamente a concursantes que demuestran –con hechos, no con palabras de última hora- no tener mínima intención de darse el más leve pulido, ejemplos de zafiedad y desprecio a los demás. Hasta se introducen nuevos alumnos de su cuerda. Como dicen los programas que ponderan "Las Joyas de la Corona", son los que más juego dan. A los otros se les da aviso: queremos verte más participativa, más interactiva, más real… menos contenido… Al final, se ve que es falso, que es solo maquillaje, que es otro "reality show" donde lo que prima es armar escándalo –llámenlo polémica- y dar (el) espectáculo.
¡Ah! Pero a este mundo hipócrita llega la bendita locura, y en mi loco mundo hay alumnos que se quedan con lo que vale, con la esencia, y dan una lección de dignidad a los profesores. Los dos últimos no se resignaron, no cedieron, perdieron adrede la prueba final –incluso ayudando a su oponente- y se marcharon con la cabeza bien alta. Superando nervios y bisoñez, dejaron clara su postura con toda educación y sin estridencias, sin faltar pero con rotundidad. Bravo.
P. D. Por cierto, a los que han visto el programa, se cometen errores. Por ejemplo, en uno de esos exámenes finales dieron por bueno que un tenedor sin cuchillo se coloca a la izquierda.
Pido disculpas a quien esperara mayor continuidad. He sido operado –ya estoy bien, gracias- y he estado de vacaciones. Ahora no dispongo del mismo ordenador, apenas puedo leer el blog y no podré responder a vuestros amables comentarios.
Una amiga me sugirió que incidiera en los temas de educación, de cortesía concretamente. Para mí es un tema tangencial, que ha de salir entre mis quejas. Importante, sin ser principal. Por ello, me agradó la idea de "Las Joyas de la Corona". Me causó buena impresión la versión anglosajona.Como ya dije, la buena intención es la base de la buena educación.
Lo que vi en la primera entrega no me convenció. Mal empezamos, si Josemi Rodríguez-Sieiro es referencia. Dejando aparte que siempre me han dado repelús los ultra-conservadores con pluma, que no me cuadran. Quizá sea prejuicio mío, exagerado por mi aversión a la hipocresía. Tiene esa actitud sobre-actuada de… nariz arrugada, tendencia a valorar las cosas económicamente y otros detalles desagradables. Precisamente había aquí denunciado la mala educación que delatan. Sobre la ropa, la mayoría se habrá dado cuenta. No se viste para estar acorde a la situación y al resto de invitados, lo hace para destacar. Incluso pareciera que lo hace para quedar por encima, sobre todo cuando insiste en que su ropa es mejor. Según la definición clásica no viste -ni se comporta- elegantemente.
La persona elegante no peca de exceso. La elegancia también es una actitud personal, que acompañada de naturalidad permite alguna excentricidad, pero no todas constantemente. Por cierto: dar lecciones de educación y estilo a quien no las espera, corrigiéndole en publico, es impertinente y terriblemente maleducado.
Así, no vi la segunda entrega. Me había quedado la sensación de una escuela de nuevos ricos o de petimetres, de los que hacen reír en ciertas reuniones si no sacan los pies del tiesto. Sin embargo vi la tercera. En ella oí a don Liberto dar claves sobre el verdadero sentido de la buena educación, también oí algo similar en boca de doña Mariasela Álvarez. Buenos consejos, destinados a mejorar a los jóvenes alumnos desde lo profundo, que no solo les convertirán en personas educadas –si los asimilan- sino mejores personas, incluso personas de éxito.
Las enseñanzas de otros profesores adquieren valor en este contexto positivo. Las de doña Bárbara de Senillosa , incidiendo en un nada desdeñable respeto a los demás, toman autentica dimensión. Lo digo a pesar de la actitud que tiene, hiriente en ocasiones ¿Soy el único al que le recuerda a aquella doña Alicia de "Curso del 63"? Ser cortante con un subordinado irrespetuoso –que es lo que son algunos alumnos- puede ser justo y necesario, pero hay que dosificar mucho y no presionar gratuitamente. Especialmente cuando se es ejemplo personal, y en este caso son el único modelo para sus alumnos.
En este punto el balance es positivo, incluso teniendo en cuenta la actitud de Nacho Montes, aún más hiriente aunque nazca de la buena intención. Sin duda, como profesor en una academia de este tipo, hay cosas que debe decir a sus jóvenes. No le falta razón, valor para asumir el papel de "hueso", e incluso acierto. Otra cosa es que presione demasiado y no sea modelo en las formas, se pasa. Respecto a su validez en la materia concreta que le ha tocado… solo diré que si el antes mencionado Josemi volviera a hacer de muñeco de ventrílocuo, Nacho Montes no desentonaría de pie, detrás suyo, metiéndole la mano por detrás. La mano, señores, por favor, castamente.
Carmen Lomana es educada y predica actitudes positivas, como no darle a las cosas valor por el precio ¿Sería así sin recursos ilimitados? Como ejemplo vital, no la pondría de máximo modelo ni aunque los alumnos estuvieran podridos de dinero.
Un inciso. Conozco suficientes, criados en ambientes exclusivos, para asegurar que la forma de hablar de la directora no es el resultado del botox o un error de quirófano, como dicen malas lenguas. Algunos realmente hablan así de exagerado. Es acento que queda en distinto grado. De hecho, hay quien habla con cierta normalidad teniendo hermanos con ese defecto. Su forma extrema no es necesaria para nada que no sea marcar diferencias, quien de joven se sintiera inseguro. A partir de cierta edad es prácticamente incorregible. Intentar imitarlo en serio –hay quien lo hace- es penoso: se nota y queda aún más ridículo.
He estado viendo capítulos y, al final de cada uno, expulsaban –groseramente, por una trampilla- a un alumno. En los que he visto, desechaban a jóvenes comedidos, discretos, prudentes y alguno incluso aplicado. Salvan repetidamente a concursantes que demuestran –con hechos, no con palabras de última hora- no tener mínima intención de darse el más leve pulido, ejemplos de zafiedad y desprecio a los demás. Hasta se introducen nuevos alumnos de su cuerda. Como dicen los programas que ponderan "Las Joyas de la Corona", son los que más juego dan. A los otros se les da aviso: queremos verte más participativa, más interactiva, más real… menos contenido… Al final, se ve que es falso, que es solo maquillaje, que es otro "reality show" donde lo que prima es armar escándalo –llámenlo polémica- y dar (el) espectáculo.
¡Ah! Pero a este mundo hipócrita llega la bendita locura, y en mi loco mundo hay alumnos que se quedan con lo que vale, con la esencia, y dan una lección de dignidad a los profesores. Los dos últimos no se resignaron, no cedieron, perdieron adrede la prueba final –incluso ayudando a su oponente- y se marcharon con la cabeza bien alta. Superando nervios y bisoñez, dejaron clara su postura con toda educación y sin estridencias, sin faltar pero con rotundidad. Bravo.
P. D. Por cierto, a los que han visto el programa, se cometen errores. Por ejemplo, en uno de esos exámenes finales dieron por bueno que un tenedor sin cuchillo se coloca a la izquierda.
miércoles, 5 de mayo de 2010
La buena educación.
Hola, locos.
Parece que viene a cuento el tema de la educación, así que me voy a desquitar un poco. No voy a reivindicar la vieja usanza, aunque ya hablé de recuperar el respeto y primacía del enseñante, eso sí…
La educación de nuestros menores se ha alargado bastante y aún así no llega. Bien están desterradas las listas de afluentes o de reyes godos, pero tenemos generaciones que ignoran dónde están los ríos principales o qué diantres era un godo. A cambio, no saben ni quién era Abderramán III, ahí es nada. Dejando aparte los romanos - organizadores de occidente- desde la llegada de los pueblos germánicos hasta la definitiva caída de los musulmanes hay diez siglos, diez. En diferentes momentos de este transcurso, nuestros antepasados llegaron a la cumbre de occidente en distintos campos. Un legado para el mundo que atestigua nuestra valía y que pasará al olvido. Solo como ejemplo, véase el caso de los visigodos y el Derecho.
Reconozco que hay temas más necesarios en la vida moderna, con nuevas asignaturas, pero es importante tener fe en la propia capacidad como pueblo y nuestro pasado no es solo bélico, ni mucho menos regional o autonómico. En todo caso la educación no debería quedar ahí. La sociedad, el trabajo, reduce el contacto de padres e hijos. Niños que ya no disponen ni de su madre para atender constantemente la educación diaria.
La educación física no es solo aprender a hacer ejercicio, disciplinarse o aceptar la victoria y la derrota. Es importante conocerse, fortalecer el carácter y aprender a mejorarse, pero también lo debería ser aprender a vivir con salud. Más allá de los “deliciosos” comedores públicos, que antes enseñaban a comer “de todo”-por no decir cada cosa… - hay una educación pendiente sobre la salud. Las posibilidades alimentarias son mayores, por fortuna, y crean verdadero peligro si hay abuso, por no hablar de otras ofertas más peligrosas.
Sin querer relacionarlo, paso a la educación sexual. Antes era algo más que misterio, era tabú. Hoy no lo parece. De hecho es raro que no haya sexo en televisión. Lo prefiero al gran tema del séptico arte: la violencia (asesinos, guerras, monstruos). Imposible apartar a los jóvenes de películas, series, internet, etc. Tampoco por esconder la cabeza va a desaparecer el riesgo. Luego vienen los embarazos no deseados –en aumento- por no hablar de enfermedades sexuales y conflictos psicológicos o emocionales. Evidentemente es un tema sobre el que hay que formar, hoy más que nunca.
Espíritu. Denuncié la mala calidad de la educación que recibí en este campo, por parte de religiosos. Nos ciega la aversión que cierta iglesia ha fomentado, en muchas generaciones, contra todo lo que tenga que ver con la religión. Una vez más volvemos al mal uso de algo bueno, que no justifica su supresión sino su corrección. Hay países de intenso laicismo (que rechazan toda colaboración religiosa) en los que sectas de todo tipo hacen su agosto, incluidas perniciosas ¿Por qué? Olvidamos nuestra más obvia naturaleza. El ser humano tiene esa necesidad. Por más sociales y evolucionados, no somos simples animales luchando por sobrevivir. No en nuestro corazón. Si dejamos un vacío en el campo espiritual la vida no tiene medio sentido. Cualquiera podría aprovechar ese vacío.
Creo que hoy el riesgo es mayor que antes. Lo mínimo sería explicar al completo lo ético y moral, y descriptivamente lo espiritual. El no creyente que no encuentre otra cosa, que sepa que existe buena educación religiosa que lo puede hacer perfectamente, distinta a aquella que denuncié de miedos y pecados. Los más señalados librepensadores y ateos tuvieron educación religiosa y no les impidió ser como fueron.
Por último, llegamos a la gran “maría”. No es extraño que lo sea, ya que hay mucha confusión sobre lo que es cada cosa en este tema. Además, durante años buena parte de aquellos que debían servir de ejemplo, no lo eran en absoluto. Quizá por ello, el mal uso (sí, otra vez) ha hecho que pierda crédito para algunos. Hablo de la cortesía, urbanidad, también llamada buena educación. Aquellos que lo vean superficial y tengan hijos que formar, que reflexionen. Una formación correcta, también en esto, abre puertas, allana caminos, da auto-confianza y aprecio personal; el descuido patente, cierra puertas.
La buena educación no se manifiesta poniendo cara de acelga, como pretenden algunos, depreciando superficialmente lo ajeno por su origen. Al contrario, la principal actitud es el aprecio y la buena fe. Precisamente, gran parte de las anécdotas con que alaban a algunos reyes y grandes personajes, revelan su buena educación y no otra cosa. Aquellos que les atribuyen una supuesta campechanía no han comprendido la verdadera naturaleza de la cortesía. No me acaban de gustar las palabras urbanidad y cortesía, pues no creo necesario haberse criado en una ciudad o en la corte, pero cortés –según el DRAE- es atento, comedido, afable, urbano. Sirva de ejemplo. Lo importante no es el protocolo, lo es la actitud personal.
Tal vez merece capítulo aparte. He visto muy mala educación en quien ha recibido muy cara educación, que no tiene nada que ver. Es decepcionante lo mal que se enseña, en general, sobre algo tan sencillo. Por no empezar incidiendo en lo esencial, se complica y desvirtúa lo demás. La principal regla de educación, que debería enseñarse, es ponerse en el lugar de los demás y tratarles como desearíamos que nos trataran. Asumido así, lo demás viene en consecuencia. El protocolo y la etiqueta son otra cosa, se refieren al ceremonial, y son secundarios.
Como siempre, me alargo demasiado. Lo dejamos así: la buena educación no es la más cara, es la más completa y la que forma a las mejores personas. En mi loco mundo, el personal prefiere relacionarse con las mejores personas, y eso hace la vida de todos un poco mejor.
Un abrazo.
Parece que viene a cuento el tema de la educación, así que me voy a desquitar un poco. No voy a reivindicar la vieja usanza, aunque ya hablé de recuperar el respeto y primacía del enseñante, eso sí…
La educación de nuestros menores se ha alargado bastante y aún así no llega. Bien están desterradas las listas de afluentes o de reyes godos, pero tenemos generaciones que ignoran dónde están los ríos principales o qué diantres era un godo. A cambio, no saben ni quién era Abderramán III, ahí es nada. Dejando aparte los romanos - organizadores de occidente- desde la llegada de los pueblos germánicos hasta la definitiva caída de los musulmanes hay diez siglos, diez. En diferentes momentos de este transcurso, nuestros antepasados llegaron a la cumbre de occidente en distintos campos. Un legado para el mundo que atestigua nuestra valía y que pasará al olvido. Solo como ejemplo, véase el caso de los visigodos y el Derecho.
Reconozco que hay temas más necesarios en la vida moderna, con nuevas asignaturas, pero es importante tener fe en la propia capacidad como pueblo y nuestro pasado no es solo bélico, ni mucho menos regional o autonómico. En todo caso la educación no debería quedar ahí. La sociedad, el trabajo, reduce el contacto de padres e hijos. Niños que ya no disponen ni de su madre para atender constantemente la educación diaria.
La educación física no es solo aprender a hacer ejercicio, disciplinarse o aceptar la victoria y la derrota. Es importante conocerse, fortalecer el carácter y aprender a mejorarse, pero también lo debería ser aprender a vivir con salud. Más allá de los “deliciosos” comedores públicos, que antes enseñaban a comer “de todo”-por no decir cada cosa… - hay una educación pendiente sobre la salud. Las posibilidades alimentarias son mayores, por fortuna, y crean verdadero peligro si hay abuso, por no hablar de otras ofertas más peligrosas.
Sin querer relacionarlo, paso a la educación sexual. Antes era algo más que misterio, era tabú. Hoy no lo parece. De hecho es raro que no haya sexo en televisión. Lo prefiero al gran tema del séptico arte: la violencia (asesinos, guerras, monstruos). Imposible apartar a los jóvenes de películas, series, internet, etc. Tampoco por esconder la cabeza va a desaparecer el riesgo. Luego vienen los embarazos no deseados –en aumento- por no hablar de enfermedades sexuales y conflictos psicológicos o emocionales. Evidentemente es un tema sobre el que hay que formar, hoy más que nunca.
Espíritu. Denuncié la mala calidad de la educación que recibí en este campo, por parte de religiosos. Nos ciega la aversión que cierta iglesia ha fomentado, en muchas generaciones, contra todo lo que tenga que ver con la religión. Una vez más volvemos al mal uso de algo bueno, que no justifica su supresión sino su corrección. Hay países de intenso laicismo (que rechazan toda colaboración religiosa) en los que sectas de todo tipo hacen su agosto, incluidas perniciosas ¿Por qué? Olvidamos nuestra más obvia naturaleza. El ser humano tiene esa necesidad. Por más sociales y evolucionados, no somos simples animales luchando por sobrevivir. No en nuestro corazón. Si dejamos un vacío en el campo espiritual la vida no tiene medio sentido. Cualquiera podría aprovechar ese vacío.
Creo que hoy el riesgo es mayor que antes. Lo mínimo sería explicar al completo lo ético y moral, y descriptivamente lo espiritual. El no creyente que no encuentre otra cosa, que sepa que existe buena educación religiosa que lo puede hacer perfectamente, distinta a aquella que denuncié de miedos y pecados. Los más señalados librepensadores y ateos tuvieron educación religiosa y no les impidió ser como fueron.
Por último, llegamos a la gran “maría”. No es extraño que lo sea, ya que hay mucha confusión sobre lo que es cada cosa en este tema. Además, durante años buena parte de aquellos que debían servir de ejemplo, no lo eran en absoluto. Quizá por ello, el mal uso (sí, otra vez) ha hecho que pierda crédito para algunos. Hablo de la cortesía, urbanidad, también llamada buena educación. Aquellos que lo vean superficial y tengan hijos que formar, que reflexionen. Una formación correcta, también en esto, abre puertas, allana caminos, da auto-confianza y aprecio personal; el descuido patente, cierra puertas.
La buena educación no se manifiesta poniendo cara de acelga, como pretenden algunos, depreciando superficialmente lo ajeno por su origen. Al contrario, la principal actitud es el aprecio y la buena fe. Precisamente, gran parte de las anécdotas con que alaban a algunos reyes y grandes personajes, revelan su buena educación y no otra cosa. Aquellos que les atribuyen una supuesta campechanía no han comprendido la verdadera naturaleza de la cortesía. No me acaban de gustar las palabras urbanidad y cortesía, pues no creo necesario haberse criado en una ciudad o en la corte, pero cortés –según el DRAE- es atento, comedido, afable, urbano. Sirva de ejemplo. Lo importante no es el protocolo, lo es la actitud personal.
Tal vez merece capítulo aparte. He visto muy mala educación en quien ha recibido muy cara educación, que no tiene nada que ver. Es decepcionante lo mal que se enseña, en general, sobre algo tan sencillo. Por no empezar incidiendo en lo esencial, se complica y desvirtúa lo demás. La principal regla de educación, que debería enseñarse, es ponerse en el lugar de los demás y tratarles como desearíamos que nos trataran. Asumido así, lo demás viene en consecuencia. El protocolo y la etiqueta son otra cosa, se refieren al ceremonial, y son secundarios.
Como siempre, me alargo demasiado. Lo dejamos así: la buena educación no es la más cara, es la más completa y la que forma a las mejores personas. En mi loco mundo, el personal prefiere relacionarse con las mejores personas, y eso hace la vida de todos un poco mejor.
Un abrazo.
Etiquetas:
educación física sexual espiritual urbanidad
miércoles, 21 de abril de 2010
¿Qué dice Dios a la Iglesia?
Hola, loco.
Hoy empezaré por justificarme. Fui educado por religiosos, de los estrictos. Por cierto, no supe de ningún abuso sexual por su parte. Había imposición y miedo, en cuanto pude me alejé de ese mundo. Luego conocí otra iglesia. Optimista, cristiana, católica y decente, que se ocupa de desamparados incluso en nuestro primer mundo, que habla de amor, tolerancia… que sigue el ejemplo de Jesús. Volví. Lo advierto porque vienen unas de cal y otras de arena, y voy a comentar críticas que sí parten de dentro, de alguien con fe.
Juan XXIII, inesperadamente, decide poner la Iglesia al día. Entre otras muestras, que cautivan al mundo, convoca el Concilio Vaticano II. Por no alejarse de su labor, no se opera y muere prematuramente. Pablo VI, aún siendo más conservador, lleva adelante el concilio.
Llegan momentos luminosos para la Iglesia. La actualización provoca esperanza, mayor comprensión, humanidad y cercanía. La Iglesia crece y se hace más popular, más amada. La jerarquía empieza a contar con oriundos de sus sedes, se escriben encíclicas que comprenden la sociedad, etc.
Los sectores más conservadores de la Iglesia no lo aceptan y, más o menos abiertamente, se oponen y dificultan la actualización. Aunque alguno acabará siendo excomulgado -afectando a comunidades enteras- esto no se muestra como cisma, sino como diferencias disciplinares, no dogmáticas. Sin embargo Monseñor Lefebvre llega a soltar en misa que “no se pacta con el diablo”, sirva como ejemplo de esa actitud ultra-conservadora que -quien más, quien menos- todos conocemos.
Juan Pablo I toma en serio la apertura. Activo y con buena salud, prometía un largo y fructífero papado. Quiso clarificar las oscuras maniobras económicas del conocido como “Banco Vaticano”. Alguna le había sido impuesta como hechos consumados. El asunto implicaba logias, mafias y un siniestro etcétera. Sorprendentemente, poco después muere en circunstancias controvertidas. Tampoco se certifica su muerte por el forense regular, incluso no se le practica autopsia y se le embalsama rápidamente, con excusas.
A raíz de esta muerte, algunos -entre ellos el Cardenal Ratzinger- se preguntan abiertamente si Dios no les querrá decir que la Iglesia está errando su camino. No creo que Dios envenene a nadie –o lo que pasara- para transmitir su mensaje, menos a este Papa. Eso lo hacen los hombres, aquellos que no están por Dios. Sí creo que Dios está dando su mensaje, lo hace muy claro y de otra manera.
El caso es que deciden dar un giro. Eligen a Juan Pablo II. A su vez, éste eleva al Cardenal Ratzinger, que abundará en el mismo sentido cuando sea Papa. Juan Pablo II dio espaldarazo a algunas instituciones abiertamente clasistas, conservadoras y resistentes al concilio, alguna cubierta hoy de escándalo. Cierto que se opuso a otras, que han acabado perdonadas, cuya actitud era francamente insultante, como se ha dicho.
Se opone a corrientes que apuestan por proseguir la evolución, si bien alguna se apartó de la doctrina hasta rozar lo inaceptable. Lo terrible es la actitud ante los crímenes. Mientras se ha apoyado sin ambages la actitud de terribles dictadores, que exterminaban a miles de personas sin miramientos, se criticó duramente el simple hecho de dar misa en comunidades rebeldes a dictaduras.
El ejemplo del El Salvador es espeluznante. Castigado por crueles dictaduras militares que arrastraron miles de muertos, la Iglesia habló en defensa de los represaliados por cualquier bando. Religiosos y sacerdotes fueron perseguidos. Se asesinó mientras daba misa –por ejemplo- a Monseñor Romero, Arzobispo de San Salvador y vicepresidente de la Conferencia Episcopal en tiempo de Pablo VI. Otros fueron asesinados, entre ellos Ignacio Ellacuría, prestigioso rector de la Universidad Centroamericana, masacrado en la residencia universitaria junto a varios compañeros y unas incómodas testigos. La mayor culpa de todos fue la defensa de los derechos humanos, la paz y el diálogo.
Con todo, sedes clave de la Iglesia Salvadoreña son entregadas por Juan Pablo II al Opus Dei, que se dedica a desmantelar y depreciar el trabajo de años. El colmo llega cuando, desde las nuevas jerarquías, se mira a otro lado ante algunos viles asesinatos, se hacen comentarios indicando que alguno pudo haber provocado su muerte, y se aceptan cargos como General de Brigada -aunque sea en calidad eclesiástica- del mismo ejército que ejecutó a los anteriores. Es solo un ejemplo.
Hoy la Iglesia es perseguida con saña y pierde feligresía en países desarrollados. Hoy, ante cualquier escándalo, se le supone mucho más. Cualquier defensa es sacada de contexto y vuelta contra quien la argumenta. Las jerarquías sufren. Por desgracia sufren también otros, de muy diversas tendencias pero ajenos a ese modo de hacer. Con cierta razón, se quejan de lo injusto de su situación, pero no con toda razón. Si la Iglesia provoca desconfianza no es gratuitamente, ni está la gente engañada. Las cosas no son porque sí, cuando lo siente tanta y tan distinta gente.
No se hace llegar la palabra de Dios vestido de opresor en una dictadura. No descalificando por políticas unas posturas, mientras se cobija durante años en emisoras eclesiásticas a la ultraderecha. No se puede esperar una actitud confiada cuando se ha estado ocultando la verdad y creando confusión. Nunca se consigue convencer por las bravas. Los contenidos chulescos, aunque se digan con sonrisas beatíficas, de algunos discursos cuando se está en el poder, provocan odio en el indefenso. Jamás imaginaría a Cristo diciendo “ladran, luego cabalgamos”.
Los postulados marxistas son contrarios a la iglesia, de acuerdo, pero también lo es el capitalismo y ambos han fallado. Sin embargo, sectores de la Iglesia no tienen problema por mostrarse del lado capitalista, sabiendo que serían los primeros sacrificados llegado el caso. Está en juego –lo creo sinceramente- la salvación de muchas personas que no pueden, hoy por por hoy, ver más allá de esas fuertes contradicciones. No les podemos culpar por ello, porque nuestro deber es no contradecirnos. También está la vida de muchos inocentes. Si perdemos toda autoridad moral, no podrá la Iglesia protegerlos.
La otra solución era mejor. Lo del Concilio viene del Espíritu Santo, por su naturaleza. La transparencia crea confianza; la defensa de los débiles, solidaridad; y la justicia, respeto. Se predica con el ejemplo y la humildad. La Iglesia sana del lado de los que sufren, más si es perseguida por ello. No se debe traicionar la corriente iniciada por Juan XXIII.
No hablo de cambiar los conceptos morales cristianos (aunque yo admitiría sin problema toda no-concepción) ni de vender los bienes donados a Dios. Se trata de estar con quien más lo necesita, y de darle fortaleza. Se trata de convencer de que es al prójimo a quien quiere Cristo que le donemos. De ser justo, generoso, transparente y ejemplar. Buena parte de la Iglesia lo hace así cada día, no es política, pero queda oculta por los reaccionarios.
Fallamos a Dios y a nuestros hermanos. Nos lo dicen a su modo, de ahí el título. La Iglesia es golpeada, mermada, es un mensaje claro. Puede que no merezca muchos de los comentarios, por el motivo o la justicia con la que se hacen, pero los merece por no querer enmendarse.
Hoy empezaré por justificarme. Fui educado por religiosos, de los estrictos. Por cierto, no supe de ningún abuso sexual por su parte. Había imposición y miedo, en cuanto pude me alejé de ese mundo. Luego conocí otra iglesia. Optimista, cristiana, católica y decente, que se ocupa de desamparados incluso en nuestro primer mundo, que habla de amor, tolerancia… que sigue el ejemplo de Jesús. Volví. Lo advierto porque vienen unas de cal y otras de arena, y voy a comentar críticas que sí parten de dentro, de alguien con fe.
Juan XXIII, inesperadamente, decide poner la Iglesia al día. Entre otras muestras, que cautivan al mundo, convoca el Concilio Vaticano II. Por no alejarse de su labor, no se opera y muere prematuramente. Pablo VI, aún siendo más conservador, lleva adelante el concilio.
Llegan momentos luminosos para la Iglesia. La actualización provoca esperanza, mayor comprensión, humanidad y cercanía. La Iglesia crece y se hace más popular, más amada. La jerarquía empieza a contar con oriundos de sus sedes, se escriben encíclicas que comprenden la sociedad, etc.
Los sectores más conservadores de la Iglesia no lo aceptan y, más o menos abiertamente, se oponen y dificultan la actualización. Aunque alguno acabará siendo excomulgado -afectando a comunidades enteras- esto no se muestra como cisma, sino como diferencias disciplinares, no dogmáticas. Sin embargo Monseñor Lefebvre llega a soltar en misa que “no se pacta con el diablo”, sirva como ejemplo de esa actitud ultra-conservadora que -quien más, quien menos- todos conocemos.
Juan Pablo I toma en serio la apertura. Activo y con buena salud, prometía un largo y fructífero papado. Quiso clarificar las oscuras maniobras económicas del conocido como “Banco Vaticano”. Alguna le había sido impuesta como hechos consumados. El asunto implicaba logias, mafias y un siniestro etcétera. Sorprendentemente, poco después muere en circunstancias controvertidas. Tampoco se certifica su muerte por el forense regular, incluso no se le practica autopsia y se le embalsama rápidamente, con excusas.
A raíz de esta muerte, algunos -entre ellos el Cardenal Ratzinger- se preguntan abiertamente si Dios no les querrá decir que la Iglesia está errando su camino. No creo que Dios envenene a nadie –o lo que pasara- para transmitir su mensaje, menos a este Papa. Eso lo hacen los hombres, aquellos que no están por Dios. Sí creo que Dios está dando su mensaje, lo hace muy claro y de otra manera.
El caso es que deciden dar un giro. Eligen a Juan Pablo II. A su vez, éste eleva al Cardenal Ratzinger, que abundará en el mismo sentido cuando sea Papa. Juan Pablo II dio espaldarazo a algunas instituciones abiertamente clasistas, conservadoras y resistentes al concilio, alguna cubierta hoy de escándalo. Cierto que se opuso a otras, que han acabado perdonadas, cuya actitud era francamente insultante, como se ha dicho.
Se opone a corrientes que apuestan por proseguir la evolución, si bien alguna se apartó de la doctrina hasta rozar lo inaceptable. Lo terrible es la actitud ante los crímenes. Mientras se ha apoyado sin ambages la actitud de terribles dictadores, que exterminaban a miles de personas sin miramientos, se criticó duramente el simple hecho de dar misa en comunidades rebeldes a dictaduras.
El ejemplo del El Salvador es espeluznante. Castigado por crueles dictaduras militares que arrastraron miles de muertos, la Iglesia habló en defensa de los represaliados por cualquier bando. Religiosos y sacerdotes fueron perseguidos. Se asesinó mientras daba misa –por ejemplo- a Monseñor Romero, Arzobispo de San Salvador y vicepresidente de la Conferencia Episcopal en tiempo de Pablo VI. Otros fueron asesinados, entre ellos Ignacio Ellacuría, prestigioso rector de la Universidad Centroamericana, masacrado en la residencia universitaria junto a varios compañeros y unas incómodas testigos. La mayor culpa de todos fue la defensa de los derechos humanos, la paz y el diálogo.
Con todo, sedes clave de la Iglesia Salvadoreña son entregadas por Juan Pablo II al Opus Dei, que se dedica a desmantelar y depreciar el trabajo de años. El colmo llega cuando, desde las nuevas jerarquías, se mira a otro lado ante algunos viles asesinatos, se hacen comentarios indicando que alguno pudo haber provocado su muerte, y se aceptan cargos como General de Brigada -aunque sea en calidad eclesiástica- del mismo ejército que ejecutó a los anteriores. Es solo un ejemplo.
Hoy la Iglesia es perseguida con saña y pierde feligresía en países desarrollados. Hoy, ante cualquier escándalo, se le supone mucho más. Cualquier defensa es sacada de contexto y vuelta contra quien la argumenta. Las jerarquías sufren. Por desgracia sufren también otros, de muy diversas tendencias pero ajenos a ese modo de hacer. Con cierta razón, se quejan de lo injusto de su situación, pero no con toda razón. Si la Iglesia provoca desconfianza no es gratuitamente, ni está la gente engañada. Las cosas no son porque sí, cuando lo siente tanta y tan distinta gente.
No se hace llegar la palabra de Dios vestido de opresor en una dictadura. No descalificando por políticas unas posturas, mientras se cobija durante años en emisoras eclesiásticas a la ultraderecha. No se puede esperar una actitud confiada cuando se ha estado ocultando la verdad y creando confusión. Nunca se consigue convencer por las bravas. Los contenidos chulescos, aunque se digan con sonrisas beatíficas, de algunos discursos cuando se está en el poder, provocan odio en el indefenso. Jamás imaginaría a Cristo diciendo “ladran, luego cabalgamos”.
Los postulados marxistas son contrarios a la iglesia, de acuerdo, pero también lo es el capitalismo y ambos han fallado. Sin embargo, sectores de la Iglesia no tienen problema por mostrarse del lado capitalista, sabiendo que serían los primeros sacrificados llegado el caso. Está en juego –lo creo sinceramente- la salvación de muchas personas que no pueden, hoy por por hoy, ver más allá de esas fuertes contradicciones. No les podemos culpar por ello, porque nuestro deber es no contradecirnos. También está la vida de muchos inocentes. Si perdemos toda autoridad moral, no podrá la Iglesia protegerlos.
La otra solución era mejor. Lo del Concilio viene del Espíritu Santo, por su naturaleza. La transparencia crea confianza; la defensa de los débiles, solidaridad; y la justicia, respeto. Se predica con el ejemplo y la humildad. La Iglesia sana del lado de los que sufren, más si es perseguida por ello. No se debe traicionar la corriente iniciada por Juan XXIII.
No hablo de cambiar los conceptos morales cristianos (aunque yo admitiría sin problema toda no-concepción) ni de vender los bienes donados a Dios. Se trata de estar con quien más lo necesita, y de darle fortaleza. Se trata de convencer de que es al prójimo a quien quiere Cristo que le donemos. De ser justo, generoso, transparente y ejemplar. Buena parte de la Iglesia lo hace así cada día, no es política, pero queda oculta por los reaccionarios.
Fallamos a Dios y a nuestros hermanos. Nos lo dicen a su modo, de ahí el título. La Iglesia es golpeada, mermada, es un mensaje claro. Puede que no merezca muchos de los comentarios, por el motivo o la justicia con la que se hacen, pero los merece por no querer enmendarse.
martes, 6 de abril de 2010
Julio César y las drogas.
Hola, loco.
Tras esta espera en la que me he autocensurado, vuelvo más tranquilo. La casualidad hizo anécdota personal del tema que venía a tratar. Hasta que se pase el susto y lo vea con distancia trataré otro tema.
Julio César es un un personaje reverenciado, ejemplo en nuestras escuelas. No fue el más grande militar o legislador, si miramos sus resultados. No fue fiel a su familia, por más que sus defensores quieran hacerle y no cornudo, ni a familiares o amigos si no le convenía. No dio el poder al pueblo, ni salvó la república, por más que dijera que esa era su intención y siguiera parte del programa de los Gracos, verdaderos mártires de la reforma social. Sin embargo tuvo el poder. Inepto o demagogo, acabó la república y llegó la dictadura de los césares, el imperio. A pesar de ser un dictador vitalicio con un trágico final, es modelo a seguir. No entiendo cómo podemos criticar a quienes lo siguen fielmente.
Hugo Chávez, presidente venezolano, le ha dado pan y voto a mucha gente que no lo ha tenido en siglos en ese país. Más aún, siguiendo el ejemplo citado quiere perpetuarse en el poder, silencia con violencia a sus críticos y busca enemigos militares a toda costa. Si logra parecerse más al gran César, aún habrá más muertos. Merece los mismos laureles ¿Acaso César no cruzó el Rubicón, con sus tropas, para evitar que se le juzgara por sus crímenes? Si Berlusconi hiciera lo mismo…
George Bush, anterior presidente de los EUA, tuvo una primera elección muy dudosa. Curiosamente Florida ya había intervenido en otra elección similar. El republicano Rutherford Hayes fue presidente, con menos votos que el demócrata Samuel Tilden. Desgraciadamente los compromisos de Bush no eran los mismos que los de Hayes, su financiación venía de la industria petrolera y armamentística. Bush metió a los EUA en una guerra que ha causado miles de muertos, más de un millón según algunos, contra la opinión de los organismos internacionales y de parte de la población. Se trata de una maniobra cesariana, digna de loa por consiguiente.
El Gran César también ideó una guerra preventiva con acusaciones falsas, y similar número de víctimas, ante la necesidad de satisfacer a la opinión pública y a los que lo financiaban. Por tanto, Bush merece los mismos laureles. No creo que Bush necesite dar un golpe de estado para salvarse, nosotros admiramos a César. Cantemos las loas de Bush, no seamos hipócritas.
José María Aznar, entonces presidente español, se sumó a esa aventura. Aseguró tener pruebas de la posesión de armas de destrucción masiva, por parte de Irak, y evidencias sobre graves acusaciones que justificaban la guerra. No las hemos llegado a ver. Tampoco vimos las armas, no se acabó precisamente con el terrorismo islamista -ni se vio perjudicado al eliminar a uno de sus peores enemigos en la zona- ni se cumplió ninguna de las bondades que habrían de ser, gracias a tales matanzas.
En lo que creo que los españoles vivieron como un insulto, en su mayoría, afirmaron que lo importante eran los beneficios que para España traería su participación en la guerra.
Julio César también supo poner el trasero cuando le convenía, físicamente. Cuando le enviaron a pedir tropas al rey Nicomedes IV de Bitinia, y según testigos tan fiables que la anécdota sobrevivió a su dictadura. Antes de ser personaje importante o simplemente de interés, ya le llamaban “Reina de Bitinia”. Aznar merece los mismos laureles que César, a pesar de que ni España ha visto recompensa alguna por entrar en guerra, ni el mismo Aznar aún ha sido recompensado a su satisfacción. Acabo de enterarme de que gastó millones del dinero público para conseguir una medallita del congreso americano que ni le fue concedida. Merece algo más que unos míseros dólares por dar conferencias en su insufrible inglés.
Aún recuerdo sus palabras sobre lo duras que son algunas decisiones, que cuestan la vida a inocentes y a pesar de todo hay que tomarlas en virtud de conceptos mayores. Es grande -se lamentaba- la soledad del poder, pero la grandeza de los grandes hombres ha de pasar por ello. Pensar que fue elegido tras una campaña que defendía la necesidad de un humilde y honrado gestor público.
Juan Alberto Belloch, superministro de Justicia e Interior tras haber sido el súper-juez, portavoz y fundador de tan buenas asociaciones judiciales, etc. Siendo Notarlo Mayor del Reino le recuerdo dando por buenos aquellos documentos del Gobierno de Laos, que obraban en su poder e impedían juzgar a Roldán por poco más que unos añitos. Eran falsos. Loado sea él, Aznar y tantos compañeros suyos que siguen en política, y César.
Denostemos a Cicerón –ese viejo verrugoso- que se empeñó en soluciones pacíficas, pactos, compromisos y, sobre todo, en la vuelta a la decencia. Murió a manos de los cesaristas, cómo no. Él, que había perdonado la vida al golpista César, y a otros muchos de una intentona anterior, hacía ya tanto. En realidad ni siquiera era verrugoso, es publicidad. Lo dicen por su apellido, Cicero, que era herencia familiar y significa garbanzo. Queda mejor afear a los pérfidos amantes de la paz. También le afean hablar bien de sí mismo en su correspondencia privada.
Esto me recuerda a otro personaje digno de César. Aída Nízar también habla de sí en tercera persona y se pone por las nubes. Como César informando al público sobre su guerra.
Es la clave: no la decencia, el compromiso o la paz. La publicidad. Así podemos llamar asesinos a los palestinos y traernos a Eurovisión y al Euro-deporte a Israel, que se pasa los derechos humanos por donde quiere. Mientras bombardean Gaza con bombas de racimo, Napalm, fósforo blanco y otras bendiciones, nosotros invadimos países para buscar las armas de destrucción masiva que no tienen.
De esta manera, hablamos a los jóvenes de nuestros valores, lo mala que es la droga y que se pongan condones. Esperamos que nos crean. Las encuestas demuestran que no lo hacen, no les culpo. Cualquiera que tenga valor y aguante -la música es terrible y se hace mucho el ridículo- que baje a la calle y se meta en sus bares. Ellos mismos se lo contarán: nuestros valores son una inmensa mentira, el justo y bueno es el que gana, el malo el que muere, esa es la verdadera ley; el poder es lo que cuenta y no cuentas, ni eres nada, si no tienes poder. Por lo menos, fama. Cualquiera que le cuente eso a un joven ya ha empezado por no mentirle. Luego le puede contar que la droga no es tan mala, que lo que pasa es que es un negocio que se escapa a los de arriba, que…
De hecho, es lo que hacen y, claro, les sale bien. Mienten mejor y guardan mejor la mentira, nosotros somos menos creíbles que un camello.
Glorifiquemos al Divino César. Título que le pusieron sus seguidores, ávidos de sangre y de poder, mientras seguían su ejemplo y llevaban a la guerra civil a sus conciudadanos, en nombre de la libertad y del mismo pueblo al que robaban la voz. Sigamos su ejemplo y no nos extrañemos si no nos creen. Podemos vencer a algunos, pero no convencemos a nadie.
Tras esta espera en la que me he autocensurado, vuelvo más tranquilo. La casualidad hizo anécdota personal del tema que venía a tratar. Hasta que se pase el susto y lo vea con distancia trataré otro tema.
Julio César es un un personaje reverenciado, ejemplo en nuestras escuelas. No fue el más grande militar o legislador, si miramos sus resultados. No fue fiel a su familia, por más que sus defensores quieran hacerle y no cornudo, ni a familiares o amigos si no le convenía. No dio el poder al pueblo, ni salvó la república, por más que dijera que esa era su intención y siguiera parte del programa de los Gracos, verdaderos mártires de la reforma social. Sin embargo tuvo el poder. Inepto o demagogo, acabó la república y llegó la dictadura de los césares, el imperio. A pesar de ser un dictador vitalicio con un trágico final, es modelo a seguir. No entiendo cómo podemos criticar a quienes lo siguen fielmente.
Hugo Chávez, presidente venezolano, le ha dado pan y voto a mucha gente que no lo ha tenido en siglos en ese país. Más aún, siguiendo el ejemplo citado quiere perpetuarse en el poder, silencia con violencia a sus críticos y busca enemigos militares a toda costa. Si logra parecerse más al gran César, aún habrá más muertos. Merece los mismos laureles ¿Acaso César no cruzó el Rubicón, con sus tropas, para evitar que se le juzgara por sus crímenes? Si Berlusconi hiciera lo mismo…
George Bush, anterior presidente de los EUA, tuvo una primera elección muy dudosa. Curiosamente Florida ya había intervenido en otra elección similar. El republicano Rutherford Hayes fue presidente, con menos votos que el demócrata Samuel Tilden. Desgraciadamente los compromisos de Bush no eran los mismos que los de Hayes, su financiación venía de la industria petrolera y armamentística. Bush metió a los EUA en una guerra que ha causado miles de muertos, más de un millón según algunos, contra la opinión de los organismos internacionales y de parte de la población. Se trata de una maniobra cesariana, digna de loa por consiguiente.
El Gran César también ideó una guerra preventiva con acusaciones falsas, y similar número de víctimas, ante la necesidad de satisfacer a la opinión pública y a los que lo financiaban. Por tanto, Bush merece los mismos laureles. No creo que Bush necesite dar un golpe de estado para salvarse, nosotros admiramos a César. Cantemos las loas de Bush, no seamos hipócritas.
José María Aznar, entonces presidente español, se sumó a esa aventura. Aseguró tener pruebas de la posesión de armas de destrucción masiva, por parte de Irak, y evidencias sobre graves acusaciones que justificaban la guerra. No las hemos llegado a ver. Tampoco vimos las armas, no se acabó precisamente con el terrorismo islamista -ni se vio perjudicado al eliminar a uno de sus peores enemigos en la zona- ni se cumplió ninguna de las bondades que habrían de ser, gracias a tales matanzas.
En lo que creo que los españoles vivieron como un insulto, en su mayoría, afirmaron que lo importante eran los beneficios que para España traería su participación en la guerra.
Julio César también supo poner el trasero cuando le convenía, físicamente. Cuando le enviaron a pedir tropas al rey Nicomedes IV de Bitinia, y según testigos tan fiables que la anécdota sobrevivió a su dictadura. Antes de ser personaje importante o simplemente de interés, ya le llamaban “Reina de Bitinia”. Aznar merece los mismos laureles que César, a pesar de que ni España ha visto recompensa alguna por entrar en guerra, ni el mismo Aznar aún ha sido recompensado a su satisfacción. Acabo de enterarme de que gastó millones del dinero público para conseguir una medallita del congreso americano que ni le fue concedida. Merece algo más que unos míseros dólares por dar conferencias en su insufrible inglés.
Aún recuerdo sus palabras sobre lo duras que son algunas decisiones, que cuestan la vida a inocentes y a pesar de todo hay que tomarlas en virtud de conceptos mayores. Es grande -se lamentaba- la soledad del poder, pero la grandeza de los grandes hombres ha de pasar por ello. Pensar que fue elegido tras una campaña que defendía la necesidad de un humilde y honrado gestor público.
Juan Alberto Belloch, superministro de Justicia e Interior tras haber sido el súper-juez, portavoz y fundador de tan buenas asociaciones judiciales, etc. Siendo Notarlo Mayor del Reino le recuerdo dando por buenos aquellos documentos del Gobierno de Laos, que obraban en su poder e impedían juzgar a Roldán por poco más que unos añitos. Eran falsos. Loado sea él, Aznar y tantos compañeros suyos que siguen en política, y César.
Denostemos a Cicerón –ese viejo verrugoso- que se empeñó en soluciones pacíficas, pactos, compromisos y, sobre todo, en la vuelta a la decencia. Murió a manos de los cesaristas, cómo no. Él, que había perdonado la vida al golpista César, y a otros muchos de una intentona anterior, hacía ya tanto. En realidad ni siquiera era verrugoso, es publicidad. Lo dicen por su apellido, Cicero, que era herencia familiar y significa garbanzo. Queda mejor afear a los pérfidos amantes de la paz. También le afean hablar bien de sí mismo en su correspondencia privada.
Esto me recuerda a otro personaje digno de César. Aída Nízar también habla de sí en tercera persona y se pone por las nubes. Como César informando al público sobre su guerra.
Es la clave: no la decencia, el compromiso o la paz. La publicidad. Así podemos llamar asesinos a los palestinos y traernos a Eurovisión y al Euro-deporte a Israel, que se pasa los derechos humanos por donde quiere. Mientras bombardean Gaza con bombas de racimo, Napalm, fósforo blanco y otras bendiciones, nosotros invadimos países para buscar las armas de destrucción masiva que no tienen.
De esta manera, hablamos a los jóvenes de nuestros valores, lo mala que es la droga y que se pongan condones. Esperamos que nos crean. Las encuestas demuestran que no lo hacen, no les culpo. Cualquiera que tenga valor y aguante -la música es terrible y se hace mucho el ridículo- que baje a la calle y se meta en sus bares. Ellos mismos se lo contarán: nuestros valores son una inmensa mentira, el justo y bueno es el que gana, el malo el que muere, esa es la verdadera ley; el poder es lo que cuenta y no cuentas, ni eres nada, si no tienes poder. Por lo menos, fama. Cualquiera que le cuente eso a un joven ya ha empezado por no mentirle. Luego le puede contar que la droga no es tan mala, que lo que pasa es que es un negocio que se escapa a los de arriba, que…
De hecho, es lo que hacen y, claro, les sale bien. Mienten mejor y guardan mejor la mentira, nosotros somos menos creíbles que un camello.
Glorifiquemos al Divino César. Título que le pusieron sus seguidores, ávidos de sangre y de poder, mientras seguían su ejemplo y llevaban a la guerra civil a sus conciudadanos, en nombre de la libertad y del mismo pueblo al que robaban la voz. Sigamos su ejemplo y no nos extrañemos si no nos creen. Podemos vencer a algunos, pero no convencemos a nadie.
miércoles, 17 de marzo de 2010
Mentiras interesadas.
Hola, loco.
Ya ha quedado evidente lo pedante que puedo llegar a ser en mis adentros. Llevo años callando por educación y por lo que dije, pero descansa uno al sacarlo. A por ello.
Siempre ha habido sinvergüenzas y desalmados dispuestos a arrebatar sin miramientos lo que corresponde a otros. No digo los obligados por la necesidad o la supervivencia, sino quien lo hace por puro egoísmo. No entiendo tanto anonimato y justificación.
Antes nos conocíamos todos, la reputación era importante y la justificación podía ofender. Otra vez lo del mal uso de algo bueno, contra el uso de algo malo. Todo eso del qué dirán era muy bueno. Si me habrá salvado veces. Saber que alguien debía en todas partes, que no tenía nada a su nombre, o que copa todo tu trabajo y más adelante corta los pedidos para ofrecerte la compra del negocio, me ha llevado a tomar medidas o desestimar negocios. La referencia sobre mí, ha traído gente a mi puerta.
Otra cosa es el mal uso, sobre todo cuando hemos pasado una época en la que no había libertad y se imponía por fuerza una buena reputación en personas que no la merecían. Eso es muy distinto, ya lo dije, y ya pasó. No cambia que la idea original, que a tanta gente buena ha salvado durante siglos, sería óptima si se llevara a cabo con transparencia y contraste.
Por desgracia, toda esta locura es ilusoria. Hoy la mala reputación no importa, ni siquiera se disimula. Ahora se hace orgullo y reivindicación de todo tipo de actitudes ruines, ya iré comentando.
Es habitual dar por sentado que en el fondo todos son criminales que no dudarían en robar, incluso en matar si pudieran, y que el contertulio lo acepte sin más. Tanto uno como otro muestran su vil naturaleza, pero no la de los demás. Sinceramente, me ofende. Creo que la gran mayoría de la gente no es así, por experiencia. Si fuera verdad, las cosas serían muy diferentes. La decencia, pura y dura, sin aspavientos ni grandes esfuerzos, es común en la gran mayoría. Dejará de serlo si convencemos de lo contrario.
Otra nueva “normalidad”, muy común, es confundir el amor a los tuyos con el desprecio a los demás. Malo es confundir la defensa propia con la agresión a los demás, pero estamos llegando a estados tribales donde se reclama lo bueno, sano y normal que es el jugar sucio a favor de lo propio –mi familia, mis amigos, mis ideas, etc.- contra quién de verdad lo merece. Ha llegado el día en que se nos exige actuar contra buena gente, en que se nos afea querer ser justos o decentes –conceptos referidos a la convivencia, que se pretenden relativos- porque es “normal” arrebatarles lo suyo para dárselo a un inútil cercano.
Con normal no se deben referir a las normas de convivencia, parece que se refieren a las de la naturaleza: lo natural, que también se usa. Naturales son los sentimientos y pasiones. Por ejemplo la venganza o cualquier impulso, y no es adulto ni sano llevarlos todos a cabo. Natural es cagar cuando viene. En la naturaleza es normal ser un salvaje, concepto este que muchos querrán relativizar. Podemos darle mil vueltas, pero la inmensa mayoría practica esas normas, mejorando la vida de todos. Por cierto, apelar a los sentimientos elementales con fines generales sí es demagogia.
Parece raro devolver lo que se encuentra. Toda mi vida lo he hecho, tal como lo encuentro. Antes llamaba al titular. Un imbécil pretendió que le diera, además, la diferencia del dinero que –decía- tenía que haber en su cartera. Ahora lo llevo a la oficina de objetos perdidos. En algunas se reparten lo que no se reclama entre ellos, así que lo llevo a la del ayuntamiento. Está lleno de objetos devueltos, somos muchos locos. Lo no reclamado es para beneficencia, si no lo quiere el hallador.
Sigamos, cada dieciséis segundos hay un canalla, por el mundo, argumentando que nadie conoce ni puede tener la absoluta verdad, por lo que el que afirma decir la verdad es un engreído que se cree superior a los demás. Esto no lo dice en conversaciones metafísicas o filosóficas, qué va: sobre cosas cotidianas. También me ofende, no puedo evitarlo. Siento que el mentiroso de turno se quiere reír de mi inteligencia, con filosofía descontextualizada.
Es simple, en la vida diaria: La verdad es la conformidad de las cosas o lo que se dice, con lo que se cree. No hace falta filosofía para creer o ser testigo de las cosas habituales, si no somos esquizofrénicos alucinando. Si no crees lo que dices, mientes. Por cierto, engreído es el que pretende engañar de forma barata. Dice el ladrón que todos son de su condición, y cree el fraile que todos son de su aire.
Políticos y desprestigio. El tema da para mucho, pero siguiendo con lo dicho diré que a los que más oigo afirmar que todos son corruptos, son gente que se sentiría más cómoda fuera de la democracia: anarquistas y franquistas. Por lo menos unos votan, aunque sea a regañadientes.
Lo malo de este caso es que algunos no tienen vergüenza, pero sí poder. Dicen que aceptar regalos es normal y que no pasa nada, el pan de cada día. El partido asiente y las tertulias afines lo sostienen, argumentan y explican. Solo alguno se desmarca, pero ni siquiera se ofende o pide dimisiones, ni aún retractación, a los primeros. No sé qué esperan que pensemos. Como da la casualidad de que van de “gente de bien” y “de orden” de toda la vida… nos queda pensar, por salvar a alguien, que esa “gente de bien” suelen presumir de ser ricos y no necesitar nada: quizá otros, siendo pobres, lo sean por decentes; como el común de los mortales.
Resumiendo, que me alargo. En mi loco mundo los que dicen que la mentira, la deshonestidad o el soborno son relativos, son mentirosos, salvajes y corruptos, respectivamente. El que dice que el pobre lo es porque no sabe robar, si es rico ha robado; si no lo es, está deseando. El que antepone lo suyo, a costa de los demás, es un infame se ponga como se ponga. El que lucha contra el qué dirán, esconde algo de lo que avisar. En mi locura, la mayoría es gente honrada, incluidos muchos ricos.
Prefiero ser un pedante que dejarme tomar el pelo; ser un loco, que un descarado sinvergüenza.
Ya ha quedado evidente lo pedante que puedo llegar a ser en mis adentros. Llevo años callando por educación y por lo que dije, pero descansa uno al sacarlo. A por ello.
Siempre ha habido sinvergüenzas y desalmados dispuestos a arrebatar sin miramientos lo que corresponde a otros. No digo los obligados por la necesidad o la supervivencia, sino quien lo hace por puro egoísmo. No entiendo tanto anonimato y justificación.
Antes nos conocíamos todos, la reputación era importante y la justificación podía ofender. Otra vez lo del mal uso de algo bueno, contra el uso de algo malo. Todo eso del qué dirán era muy bueno. Si me habrá salvado veces. Saber que alguien debía en todas partes, que no tenía nada a su nombre, o que copa todo tu trabajo y más adelante corta los pedidos para ofrecerte la compra del negocio, me ha llevado a tomar medidas o desestimar negocios. La referencia sobre mí, ha traído gente a mi puerta.
Otra cosa es el mal uso, sobre todo cuando hemos pasado una época en la que no había libertad y se imponía por fuerza una buena reputación en personas que no la merecían. Eso es muy distinto, ya lo dije, y ya pasó. No cambia que la idea original, que a tanta gente buena ha salvado durante siglos, sería óptima si se llevara a cabo con transparencia y contraste.
Por desgracia, toda esta locura es ilusoria. Hoy la mala reputación no importa, ni siquiera se disimula. Ahora se hace orgullo y reivindicación de todo tipo de actitudes ruines, ya iré comentando.
Es habitual dar por sentado que en el fondo todos son criminales que no dudarían en robar, incluso en matar si pudieran, y que el contertulio lo acepte sin más. Tanto uno como otro muestran su vil naturaleza, pero no la de los demás. Sinceramente, me ofende. Creo que la gran mayoría de la gente no es así, por experiencia. Si fuera verdad, las cosas serían muy diferentes. La decencia, pura y dura, sin aspavientos ni grandes esfuerzos, es común en la gran mayoría. Dejará de serlo si convencemos de lo contrario.
Otra nueva “normalidad”, muy común, es confundir el amor a los tuyos con el desprecio a los demás. Malo es confundir la defensa propia con la agresión a los demás, pero estamos llegando a estados tribales donde se reclama lo bueno, sano y normal que es el jugar sucio a favor de lo propio –mi familia, mis amigos, mis ideas, etc.- contra quién de verdad lo merece. Ha llegado el día en que se nos exige actuar contra buena gente, en que se nos afea querer ser justos o decentes –conceptos referidos a la convivencia, que se pretenden relativos- porque es “normal” arrebatarles lo suyo para dárselo a un inútil cercano.
Con normal no se deben referir a las normas de convivencia, parece que se refieren a las de la naturaleza: lo natural, que también se usa. Naturales son los sentimientos y pasiones. Por ejemplo la venganza o cualquier impulso, y no es adulto ni sano llevarlos todos a cabo. Natural es cagar cuando viene. En la naturaleza es normal ser un salvaje, concepto este que muchos querrán relativizar. Podemos darle mil vueltas, pero la inmensa mayoría practica esas normas, mejorando la vida de todos. Por cierto, apelar a los sentimientos elementales con fines generales sí es demagogia.
Parece raro devolver lo que se encuentra. Toda mi vida lo he hecho, tal como lo encuentro. Antes llamaba al titular. Un imbécil pretendió que le diera, además, la diferencia del dinero que –decía- tenía que haber en su cartera. Ahora lo llevo a la oficina de objetos perdidos. En algunas se reparten lo que no se reclama entre ellos, así que lo llevo a la del ayuntamiento. Está lleno de objetos devueltos, somos muchos locos. Lo no reclamado es para beneficencia, si no lo quiere el hallador.
Sigamos, cada dieciséis segundos hay un canalla, por el mundo, argumentando que nadie conoce ni puede tener la absoluta verdad, por lo que el que afirma decir la verdad es un engreído que se cree superior a los demás. Esto no lo dice en conversaciones metafísicas o filosóficas, qué va: sobre cosas cotidianas. También me ofende, no puedo evitarlo. Siento que el mentiroso de turno se quiere reír de mi inteligencia, con filosofía descontextualizada.
Es simple, en la vida diaria: La verdad es la conformidad de las cosas o lo que se dice, con lo que se cree. No hace falta filosofía para creer o ser testigo de las cosas habituales, si no somos esquizofrénicos alucinando. Si no crees lo que dices, mientes. Por cierto, engreído es el que pretende engañar de forma barata. Dice el ladrón que todos son de su condición, y cree el fraile que todos son de su aire.
Políticos y desprestigio. El tema da para mucho, pero siguiendo con lo dicho diré que a los que más oigo afirmar que todos son corruptos, son gente que se sentiría más cómoda fuera de la democracia: anarquistas y franquistas. Por lo menos unos votan, aunque sea a regañadientes.
Lo malo de este caso es que algunos no tienen vergüenza, pero sí poder. Dicen que aceptar regalos es normal y que no pasa nada, el pan de cada día. El partido asiente y las tertulias afines lo sostienen, argumentan y explican. Solo alguno se desmarca, pero ni siquiera se ofende o pide dimisiones, ni aún retractación, a los primeros. No sé qué esperan que pensemos. Como da la casualidad de que van de “gente de bien” y “de orden” de toda la vida… nos queda pensar, por salvar a alguien, que esa “gente de bien” suelen presumir de ser ricos y no necesitar nada: quizá otros, siendo pobres, lo sean por decentes; como el común de los mortales.
Resumiendo, que me alargo. En mi loco mundo los que dicen que la mentira, la deshonestidad o el soborno son relativos, son mentirosos, salvajes y corruptos, respectivamente. El que dice que el pobre lo es porque no sabe robar, si es rico ha robado; si no lo es, está deseando. El que antepone lo suyo, a costa de los demás, es un infame se ponga como se ponga. El que lucha contra el qué dirán, esconde algo de lo que avisar. En mi locura, la mayoría es gente honrada, incluidos muchos ricos.
Prefiero ser un pedante que dejarme tomar el pelo; ser un loco, que un descarado sinvergüenza.
miércoles, 10 de marzo de 2010
Respeto y edad.
Hola, loco.
Sigamos un poco con el idioma. Como dije, delata la forma de pensar. Los conceptos más polémicos van cambiando de palabra a medida que ésta, por ejemplo, adquiere tintes indeseados –peyorativos, fuera de moda, etc. – como ocurre con conceptos desagradables, o con los vocativos juveniles. No será con un “¿Qué pasa, macho?” como se quede hoy a la última.
Palabras y acepciones van quedando en desuso. Otras veces se pierde el significado mismo, el concepto mismo, y esto puede ser lamentable. A veces pienso que es una pena cómo perdemos algunos y que puede dañarnos socialmente. Se ve muy claro en el idioma, del que no soy experto. Hablo de conceptos antes relacionados con el respeto y la edad.
Hace nada veía por la tele uno de esos de “compatriotas por el mundo”. Unas profesoras españolas, que imparten en Francia, hablaban del trato. Al principio les chocó que les trataran de usted, comentaban, y no faltó la consabida conversación: que si qué pena, que te hace mayor, que si al final te acostumbras…
Seré de otro tiempo. No tengo problema en tratar con respeto a quien debo, tenga mayor, igual o menor edad que yo ¿Qué tendrá que ver? Comprendo que tenemos aún esa mentalidad de transición por la que nos da reparo lo relacionado con la autoridad. Entiendo que hubo abuso, pero no debemos confundir el mal uso de algo positivo, que es malo, con el uso de algo negativo, también malo pero distinto. Lo que no concibo es que aquellos que forman a nuestros hijos –por un malentendido progreso o por que la sociedad, imprudente, no les respalde- confundan el respeto a su labor con la propia edad. Así tendremos hijos que no lo entenderán, y luego todo son problemas.
Lo reconozco, me molesta cuando alguien me suelta eso de que le tutee porque le hago mayor. No digo nada y le tuteo, salvo excepciones. Aunque en efecto sea mayor, que esa es otra. Pero ahí me quedo pensando que, claro, si es idiota para confundir el respeto que nos debemos, mutuamente, no merece el mío.
Exceptúo relaciones en las que hay gente a la que no le quito, y le exijo, el tratamiento. Sobre todo en el terreno laboral. No lo hago, ni tampoco pienso que sean idiotas: a muchos les interesa. Por parecida razón nunca se lo quité a mi suegra, con todo lo que nos quisimos y la cuidé, que hasta murió en mi casa (sin ironía, necesitaba cuidados) Dios la tenga en su gloria. A veces es mejor cierta distancia y, aún cuando hay complicidad y entendimiento, es mejor no dar pié a malos entendidos.
Tenemos que saber diferenciar el respeto y aún la distancia debidos, de otras cosas. Diferenciarlo incluso de las personas. Antes, la enseñanza se encargaba de que aprendiéramos a diferenciar a la persona, que tanto podía ser un perfecto majadero como el más perspicaz, de su relación con nosotros. A otros se lo enseñaba el servicio militar. Había que respetar tanto al profesorado como a la oficialía, a la policía o a cualquier autoridad en el ejercicio de su función, aún cuando el individuo fuera el más infame. Sin más, no por respeto a la persona sino a la función. Lo mismo al revés: siempre he tenido y obtenido un trato correcto desde la autoridad y si no lo he exigido, que no somos ganado.
Con la edad también a vueltas. La gente cada vez muere más joven. Deben ser jóvenes de espíritu, que es algo muy bonito que hay que ser siempre, aunque que te apetezca descansar y disfrutar de la experiencia. Ya no es miedo a la muerte, parece miedo a hacerse adulto. Es ridículo. La experiencia ya no es un grado, debe ser una vergüenza.
Murió joven, me decían, hace nada, sobre una persona de cincuenta y tantos. A ver, quizá sea una muerte prematura; si acaso, muere pronto –ahora que esta palabra ya no significa “en poco tiempo, veloz”- pero no joven, no a esa edad. No le quites eso, que se lo ha ganado. Con varias operaciones a la espalda –y en la espalda- y un dolor constante que no se quitará en la vida, conozco cuarentón al que el médico, o cualquiera que le anda martirizando, le espeta que es joven. Toma del frasco: joven eres, aguantar debes. No hombre, no. Ni aunque lo fuera, que no lo es.
Yo reclamo mi respeto y mi adultez. Ya de paso me gustaría morir con dignidad, y con edad. Con mucha de ambas, si ustedes me lo permiten.
Sigamos un poco con el idioma. Como dije, delata la forma de pensar. Los conceptos más polémicos van cambiando de palabra a medida que ésta, por ejemplo, adquiere tintes indeseados –peyorativos, fuera de moda, etc. – como ocurre con conceptos desagradables, o con los vocativos juveniles. No será con un “¿Qué pasa, macho?” como se quede hoy a la última.
Palabras y acepciones van quedando en desuso. Otras veces se pierde el significado mismo, el concepto mismo, y esto puede ser lamentable. A veces pienso que es una pena cómo perdemos algunos y que puede dañarnos socialmente. Se ve muy claro en el idioma, del que no soy experto. Hablo de conceptos antes relacionados con el respeto y la edad.
Hace nada veía por la tele uno de esos de “compatriotas por el mundo”. Unas profesoras españolas, que imparten en Francia, hablaban del trato. Al principio les chocó que les trataran de usted, comentaban, y no faltó la consabida conversación: que si qué pena, que te hace mayor, que si al final te acostumbras…
Seré de otro tiempo. No tengo problema en tratar con respeto a quien debo, tenga mayor, igual o menor edad que yo ¿Qué tendrá que ver? Comprendo que tenemos aún esa mentalidad de transición por la que nos da reparo lo relacionado con la autoridad. Entiendo que hubo abuso, pero no debemos confundir el mal uso de algo positivo, que es malo, con el uso de algo negativo, también malo pero distinto. Lo que no concibo es que aquellos que forman a nuestros hijos –por un malentendido progreso o por que la sociedad, imprudente, no les respalde- confundan el respeto a su labor con la propia edad. Así tendremos hijos que no lo entenderán, y luego todo son problemas.
Lo reconozco, me molesta cuando alguien me suelta eso de que le tutee porque le hago mayor. No digo nada y le tuteo, salvo excepciones. Aunque en efecto sea mayor, que esa es otra. Pero ahí me quedo pensando que, claro, si es idiota para confundir el respeto que nos debemos, mutuamente, no merece el mío.
Exceptúo relaciones en las que hay gente a la que no le quito, y le exijo, el tratamiento. Sobre todo en el terreno laboral. No lo hago, ni tampoco pienso que sean idiotas: a muchos les interesa. Por parecida razón nunca se lo quité a mi suegra, con todo lo que nos quisimos y la cuidé, que hasta murió en mi casa (sin ironía, necesitaba cuidados) Dios la tenga en su gloria. A veces es mejor cierta distancia y, aún cuando hay complicidad y entendimiento, es mejor no dar pié a malos entendidos.
Tenemos que saber diferenciar el respeto y aún la distancia debidos, de otras cosas. Diferenciarlo incluso de las personas. Antes, la enseñanza se encargaba de que aprendiéramos a diferenciar a la persona, que tanto podía ser un perfecto majadero como el más perspicaz, de su relación con nosotros. A otros se lo enseñaba el servicio militar. Había que respetar tanto al profesorado como a la oficialía, a la policía o a cualquier autoridad en el ejercicio de su función, aún cuando el individuo fuera el más infame. Sin más, no por respeto a la persona sino a la función. Lo mismo al revés: siempre he tenido y obtenido un trato correcto desde la autoridad y si no lo he exigido, que no somos ganado.
Con la edad también a vueltas. La gente cada vez muere más joven. Deben ser jóvenes de espíritu, que es algo muy bonito que hay que ser siempre, aunque que te apetezca descansar y disfrutar de la experiencia. Ya no es miedo a la muerte, parece miedo a hacerse adulto. Es ridículo. La experiencia ya no es un grado, debe ser una vergüenza.
Murió joven, me decían, hace nada, sobre una persona de cincuenta y tantos. A ver, quizá sea una muerte prematura; si acaso, muere pronto –ahora que esta palabra ya no significa “en poco tiempo, veloz”- pero no joven, no a esa edad. No le quites eso, que se lo ha ganado. Con varias operaciones a la espalda –y en la espalda- y un dolor constante que no se quitará en la vida, conozco cuarentón al que el médico, o cualquiera que le anda martirizando, le espeta que es joven. Toma del frasco: joven eres, aguantar debes. No hombre, no. Ni aunque lo fuera, que no lo es.
Yo reclamo mi respeto y mi adultez. Ya de paso me gustaría morir con dignidad, y con edad. Con mucha de ambas, si ustedes me lo permiten.
martes, 2 de marzo de 2010
Castellano o español.
Hola, loco.
Primer blog, primer tema, y ya me siento en la obligación de empezar aclarando el idioma en el que me voy a expresar. Es curioso que sea uno de los más hablados del mundo y que aún no nos pongamos de acuerdo sobre su nombre, sobre todo cuando se suele decir que el idioma delata la forma de pensar de un pueblo.
¿Castellano o español? Las lenguas no cambian de repente, pero la evolución es constante. Cuando se acumulan muchos cambios, acaba por verse que no se trata de lo mismo y se le pone una nueva etiqueta que sirva para saber exactamente a qué nos referimos. El principio lo ignoramos: el idioma que hablaran Adán y Eva. No era latín. Sabemos que sus descendientes no han parado de hablar, claro, en diversas lenguas de las que desconocemos sus nombres reales. El latín evolucionó desde alguna indoeuropea. Tiene ya nombre auténtico el latín, que sigue por las lenguas romances, el castellano…
Empezamos con el jaleo, en vez de seguir con la evolución natural de las cosas, nos ponemos ibéricos. Mejor dicho, no nos ponemos de acuerdo y, a menudo con explicaciones políticas, unos llaman castellano antiguo al castellano, y castellano moderno a lo que hablamos, mientras otros dan el paso y dejan al castellano donde estaba y llaman a lo nuevo idioma español.
Creo que en efecto el idioma ha evolucionado, el que piense lo contrario que empiece por leerse en crudo la primera literatura castellana. No debe tal evolución únicamente a Castilla.
Españoles y no castellanos eran Boscán, Baltasar Gracián, Guillén de Castro, Avellaneda, los Argensola y hasta el Inca Garcilaso o Ruiz de Alarcón, por citar algunos y de solo una época. Hay nombres mucho más conocidos, pero no voy a extenderme por toda la literatura. No solo hay escritores muy prominentes de todas las partes de España, sino escritores españoles de América.
Don Miguel de Unamuno, muy español y nada castellano.
No hace falta quedarse solo en los escritores. Palabras como capicúa, forastero, chepa, izquierda, huracán, borracho, chabola, silo o aquelarre no son castellanas, en absoluto, pero los que las introdujeron en el idioma español -sustituyendo a palíndromo, foráneo, etc.- por españoles se tenían. Palabras españolas eran y son, de ninguna otra parte vinieron. A partir de cierto momento, eran sobre todo españoles, más que castellanos, aquellos que conformaron este idioma en su evolución. Merece pues llamarse idioma español o lengua española.
En resumen: No es quién lo hable, sino quién lo hizo. Los latinos crearon el latín, que hablaban los romanos; evolucionó en el Imperio Romano y llegaron diversos romances, que se hablaban hasta en la Hispania musulmana; siguió evolucionando y los castellanos construyeron su idioma -el castellano- del que sus primeras muestras leemos con cierta dificultad, y que se llegó a hablar fuera de Castilla, y mucho. Sigue su evolución y españoles de todas partes, con sus contribuciones, crearon nuestro idioma, que se habla también fuera de España. Seguirá evolucionando, hasta que no se entienda, y habrá que ponerle nombre… la que les espera si tienen que depender de la política para ello.
Primer blog, primer tema, y ya me siento en la obligación de empezar aclarando el idioma en el que me voy a expresar. Es curioso que sea uno de los más hablados del mundo y que aún no nos pongamos de acuerdo sobre su nombre, sobre todo cuando se suele decir que el idioma delata la forma de pensar de un pueblo.
¿Castellano o español? Las lenguas no cambian de repente, pero la evolución es constante. Cuando se acumulan muchos cambios, acaba por verse que no se trata de lo mismo y se le pone una nueva etiqueta que sirva para saber exactamente a qué nos referimos. El principio lo ignoramos: el idioma que hablaran Adán y Eva. No era latín. Sabemos que sus descendientes no han parado de hablar, claro, en diversas lenguas de las que desconocemos sus nombres reales. El latín evolucionó desde alguna indoeuropea. Tiene ya nombre auténtico el latín, que sigue por las lenguas romances, el castellano…
Empezamos con el jaleo, en vez de seguir con la evolución natural de las cosas, nos ponemos ibéricos. Mejor dicho, no nos ponemos de acuerdo y, a menudo con explicaciones políticas, unos llaman castellano antiguo al castellano, y castellano moderno a lo que hablamos, mientras otros dan el paso y dejan al castellano donde estaba y llaman a lo nuevo idioma español.
Creo que en efecto el idioma ha evolucionado, el que piense lo contrario que empiece por leerse en crudo la primera literatura castellana. No debe tal evolución únicamente a Castilla.
Españoles y no castellanos eran Boscán, Baltasar Gracián, Guillén de Castro, Avellaneda, los Argensola y hasta el Inca Garcilaso o Ruiz de Alarcón, por citar algunos y de solo una época. Hay nombres mucho más conocidos, pero no voy a extenderme por toda la literatura. No solo hay escritores muy prominentes de todas las partes de España, sino escritores españoles de América.
Don Miguel de Unamuno, muy español y nada castellano.
No hace falta quedarse solo en los escritores. Palabras como capicúa, forastero, chepa, izquierda, huracán, borracho, chabola, silo o aquelarre no son castellanas, en absoluto, pero los que las introdujeron en el idioma español -sustituyendo a palíndromo, foráneo, etc.- por españoles se tenían. Palabras españolas eran y son, de ninguna otra parte vinieron. A partir de cierto momento, eran sobre todo españoles, más que castellanos, aquellos que conformaron este idioma en su evolución. Merece pues llamarse idioma español o lengua española.
En resumen: No es quién lo hable, sino quién lo hizo. Los latinos crearon el latín, que hablaban los romanos; evolucionó en el Imperio Romano y llegaron diversos romances, que se hablaban hasta en la Hispania musulmana; siguió evolucionando y los castellanos construyeron su idioma -el castellano- del que sus primeras muestras leemos con cierta dificultad, y que se llegó a hablar fuera de Castilla, y mucho. Sigue su evolución y españoles de todas partes, con sus contribuciones, crearon nuestro idioma, que se habla también fuera de España. Seguirá evolucionando, hasta que no se entienda, y habrá que ponerle nombre… la que les espera si tienen que depender de la política para ello.
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