Hola, loco.
Hoy empezaré por justificarme. Fui educado por religiosos, de los estrictos. Por cierto, no supe de ningún abuso sexual por su parte. Había imposición y miedo, en cuanto pude me alejé de ese mundo. Luego conocí otra iglesia. Optimista, cristiana, católica y decente, que se ocupa de desamparados incluso en nuestro primer mundo, que habla de amor, tolerancia… que sigue el ejemplo de Jesús. Volví. Lo advierto porque vienen unas de cal y otras de arena, y voy a comentar críticas que sí parten de dentro, de alguien con fe.
Juan XXIII, inesperadamente, decide poner la Iglesia al día. Entre otras muestras, que cautivan al mundo, convoca el Concilio Vaticano II. Por no alejarse de su labor, no se opera y muere prematuramente. Pablo VI, aún siendo más conservador, lleva adelante el concilio.
Llegan momentos luminosos para la Iglesia. La actualización provoca esperanza, mayor comprensión, humanidad y cercanía. La Iglesia crece y se hace más popular, más amada. La jerarquía empieza a contar con oriundos de sus sedes, se escriben encíclicas que comprenden la sociedad, etc.
Los sectores más conservadores de la Iglesia no lo aceptan y, más o menos abiertamente, se oponen y dificultan la actualización. Aunque alguno acabará siendo excomulgado -afectando a comunidades enteras- esto no se muestra como cisma, sino como diferencias disciplinares, no dogmáticas. Sin embargo Monseñor Lefebvre llega a soltar en misa que “no se pacta con el diablo”, sirva como ejemplo de esa actitud ultra-conservadora que -quien más, quien menos- todos conocemos.
Juan Pablo I toma en serio la apertura. Activo y con buena salud, prometía un largo y fructífero papado. Quiso clarificar las oscuras maniobras económicas del conocido como “Banco Vaticano”. Alguna le había sido impuesta como hechos consumados. El asunto implicaba logias, mafias y un siniestro etcétera. Sorprendentemente, poco después muere en circunstancias controvertidas. Tampoco se certifica su muerte por el forense regular, incluso no se le practica autopsia y se le embalsama rápidamente, con excusas.
A raíz de esta muerte, algunos -entre ellos el Cardenal Ratzinger- se preguntan abiertamente si Dios no les querrá decir que la Iglesia está errando su camino. No creo que Dios envenene a nadie –o lo que pasara- para transmitir su mensaje, menos a este Papa. Eso lo hacen los hombres, aquellos que no están por Dios. Sí creo que Dios está dando su mensaje, lo hace muy claro y de otra manera.
El caso es que deciden dar un giro. Eligen a Juan Pablo II. A su vez, éste eleva al Cardenal Ratzinger, que abundará en el mismo sentido cuando sea Papa. Juan Pablo II dio espaldarazo a algunas instituciones abiertamente clasistas, conservadoras y resistentes al concilio, alguna cubierta hoy de escándalo. Cierto que se opuso a otras, que han acabado perdonadas, cuya actitud era francamente insultante, como se ha dicho.
Se opone a corrientes que apuestan por proseguir la evolución, si bien alguna se apartó de la doctrina hasta rozar lo inaceptable. Lo terrible es la actitud ante los crímenes. Mientras se ha apoyado sin ambages la actitud de terribles dictadores, que exterminaban a miles de personas sin miramientos, se criticó duramente el simple hecho de dar misa en comunidades rebeldes a dictaduras.
El ejemplo del El Salvador es espeluznante. Castigado por crueles dictaduras militares que arrastraron miles de muertos, la Iglesia habló en defensa de los represaliados por cualquier bando. Religiosos y sacerdotes fueron perseguidos. Se asesinó mientras daba misa –por ejemplo- a Monseñor Romero, Arzobispo de San Salvador y vicepresidente de la Conferencia Episcopal en tiempo de Pablo VI. Otros fueron asesinados, entre ellos Ignacio Ellacuría, prestigioso rector de la Universidad Centroamericana, masacrado en la residencia universitaria junto a varios compañeros y unas incómodas testigos. La mayor culpa de todos fue la defensa de los derechos humanos, la paz y el diálogo.
Con todo, sedes clave de la Iglesia Salvadoreña son entregadas por Juan Pablo II al Opus Dei, que se dedica a desmantelar y depreciar el trabajo de años. El colmo llega cuando, desde las nuevas jerarquías, se mira a otro lado ante algunos viles asesinatos, se hacen comentarios indicando que alguno pudo haber provocado su muerte, y se aceptan cargos como General de Brigada -aunque sea en calidad eclesiástica- del mismo ejército que ejecutó a los anteriores. Es solo un ejemplo.
Hoy la Iglesia es perseguida con saña y pierde feligresía en países desarrollados. Hoy, ante cualquier escándalo, se le supone mucho más. Cualquier defensa es sacada de contexto y vuelta contra quien la argumenta. Las jerarquías sufren. Por desgracia sufren también otros, de muy diversas tendencias pero ajenos a ese modo de hacer. Con cierta razón, se quejan de lo injusto de su situación, pero no con toda razón. Si la Iglesia provoca desconfianza no es gratuitamente, ni está la gente engañada. Las cosas no son porque sí, cuando lo siente tanta y tan distinta gente.
No se hace llegar la palabra de Dios vestido de opresor en una dictadura. No descalificando por políticas unas posturas, mientras se cobija durante años en emisoras eclesiásticas a la ultraderecha. No se puede esperar una actitud confiada cuando se ha estado ocultando la verdad y creando confusión. Nunca se consigue convencer por las bravas. Los contenidos chulescos, aunque se digan con sonrisas beatíficas, de algunos discursos cuando se está en el poder, provocan odio en el indefenso. Jamás imaginaría a Cristo diciendo “ladran, luego cabalgamos”.
Los postulados marxistas son contrarios a la iglesia, de acuerdo, pero también lo es el capitalismo y ambos han fallado. Sin embargo, sectores de la Iglesia no tienen problema por mostrarse del lado capitalista, sabiendo que serían los primeros sacrificados llegado el caso. Está en juego –lo creo sinceramente- la salvación de muchas personas que no pueden, hoy por por hoy, ver más allá de esas fuertes contradicciones. No les podemos culpar por ello, porque nuestro deber es no contradecirnos. También está la vida de muchos inocentes. Si perdemos toda autoridad moral, no podrá la Iglesia protegerlos.
La otra solución era mejor. Lo del Concilio viene del Espíritu Santo, por su naturaleza. La transparencia crea confianza; la defensa de los débiles, solidaridad; y la justicia, respeto. Se predica con el ejemplo y la humildad. La Iglesia sana del lado de los que sufren, más si es perseguida por ello. No se debe traicionar la corriente iniciada por Juan XXIII.
No hablo de cambiar los conceptos morales cristianos (aunque yo admitiría sin problema toda no-concepción) ni de vender los bienes donados a Dios. Se trata de estar con quien más lo necesita, y de darle fortaleza. Se trata de convencer de que es al prójimo a quien quiere Cristo que le donemos. De ser justo, generoso, transparente y ejemplar. Buena parte de la Iglesia lo hace así cada día, no es política, pero queda oculta por los reaccionarios.
Fallamos a Dios y a nuestros hermanos. Nos lo dicen a su modo, de ahí el título. La Iglesia es golpeada, mermada, es un mensaje claro. Puede que no merezca muchos de los comentarios, por el motivo o la justicia con la que se hacen, pero los merece por no querer enmendarse.
Vaya, un descubrimiento tu blog. Está muy bien escrito, no debes preocuparte por el estilo, es suelto y fluido. Y lo mejor de todo, polémico. Cuando lo descubra la gente será muy polémico!Mola.
ResponderEliminarGracias mil... (;)).
ResponderEliminarYa quisiera saber escribir con la misma soltura, sutileza y poesía que vosotras, viendo vuestro blog se entiende sin dificultad. Sé que si me esforzara podría hacerlo mejor.
Tras varios repasos y no pocas podas, quedaría algo más sencillo y mucho más breve, pero no me vaga. Cuando era pequeño nos pedían trabajos escolares a tantas páginas, que luego valoraban al peso. Ahí se formaron mi caligrafía extendida, mi amor a las ilustraciones –que ojalá supiera poner aquí con facilidad- y toda esta redundancia y pedantería. Además me enrollo como las persianas. Parece que quiera decir todo lo que sé sobre un tema, cuando lo que sabe cualquiera da para aburrir a una estalactita. Quizá con el tiempo…
Desde luego no aspiro a igualaros, no tenéis filología en vano.
Un abrazo.
Hoy no escribes amigo?
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