martes, 6 de abril de 2010

Julio César y las drogas.

Hola, loco.

Tras esta espera en la que me he autocensurado, vuelvo más tranquilo. La casualidad hizo anécdota personal del tema que venía a tratar. Hasta que se pase el susto y lo vea con distancia trataré otro tema.

Julio César es un un personaje reverenciado, ejemplo en nuestras escuelas. No fue el más grande militar o legislador, si miramos sus resultados. No fue fiel a su familia, por más que sus defensores quieran hacerle y no cornudo, ni a familiares o amigos si no le convenía. No dio el poder al pueblo, ni salvó la república, por más que dijera que esa era su intención y siguiera parte del programa de los Gracos, verdaderos mártires de la reforma social. Sin embargo tuvo el poder. Inepto o demagogo, acabó la república y llegó la dictadura de los césares, el imperio. A pesar de ser un dictador vitalicio con un trágico final, es modelo a seguir. No entiendo cómo podemos criticar a quienes lo siguen fielmente.

Hugo Chávez, presidente venezolano, le ha dado pan y voto a mucha gente que no lo ha tenido en siglos en ese país. Más aún, siguiendo el ejemplo citado quiere perpetuarse en el poder, silencia con violencia a sus críticos y busca enemigos militares a toda costa. Si logra parecerse más al gran César, aún habrá más muertos. Merece los mismos laureles ¿Acaso César no cruzó el Rubicón, con sus tropas, para evitar que se le juzgara por sus crímenes? Si Berlusconi hiciera lo mismo…

George Bush, anterior presidente de los EUA, tuvo una primera elección muy dudosa. Curiosamente Florida ya había intervenido en otra elección similar. El republicano Rutherford Hayes fue presidente, con menos votos que el demócrata Samuel Tilden. Desgraciadamente los compromisos de Bush no eran los mismos que los de Hayes, su financiación venía de la industria petrolera y armamentística. Bush metió a los EUA en una guerra que ha causado miles de muertos, más de un millón según algunos, contra la opinión de los organismos internacionales y de parte de la población. Se trata de una maniobra cesariana, digna de loa por consiguiente.

El Gran César también ideó una guerra preventiva con acusaciones falsas, y similar número de víctimas, ante la necesidad de satisfacer a la opinión pública y a los que lo financiaban. Por tanto, Bush merece los mismos laureles. No creo que Bush necesite dar un golpe de estado para salvarse, nosotros admiramos a César. Cantemos las loas de Bush, no seamos hipócritas.

José María Aznar, entonces presidente español, se sumó a esa aventura. Aseguró tener pruebas de la posesión de armas de destrucción masiva, por parte de Irak, y evidencias sobre graves acusaciones que justificaban la guerra. No las hemos llegado a ver. Tampoco vimos las armas, no se acabó precisamente con el terrorismo islamista -ni se vio perjudicado al eliminar a uno de sus peores enemigos en la zona- ni se cumplió ninguna de las bondades que habrían de ser, gracias a tales matanzas.

En lo que creo que los españoles vivieron como un insulto, en su mayoría, afirmaron que lo importante eran los beneficios que para España traería su participación en la guerra.

Julio César también supo poner el trasero cuando le convenía, físicamente. Cuando le enviaron a pedir tropas al rey Nicomedes IV de Bitinia, y según testigos tan fiables que la anécdota sobrevivió a su dictadura. Antes de ser personaje importante o simplemente de interés, ya le llamaban “Reina de Bitinia”. Aznar merece los mismos laureles que César, a pesar de que ni España ha visto recompensa alguna por entrar en guerra, ni el mismo Aznar aún ha sido recompensado a su satisfacción. Acabo de enterarme de que gastó millones del dinero público para conseguir una medallita del congreso americano que ni le fue concedida. Merece algo más que unos míseros dólares por dar conferencias en su insufrible inglés.

Aún recuerdo sus palabras sobre lo duras que son algunas decisiones, que cuestan la vida a inocentes y a pesar de todo hay que tomarlas en virtud de conceptos mayores. Es grande -se lamentaba- la soledad del poder, pero la grandeza de los grandes hombres ha de pasar por ello. Pensar que fue elegido tras una campaña que defendía la necesidad de un humilde y honrado gestor público.

Juan Alberto Belloch, superministro de Justicia e Interior tras haber sido el súper-juez, portavoz y fundador de tan buenas asociaciones judiciales, etc. Siendo Notarlo Mayor del Reino le recuerdo dando por buenos aquellos documentos del Gobierno de Laos, que obraban en su poder e impedían juzgar a Roldán por poco más que unos añitos. Eran falsos. Loado sea él, Aznar y tantos compañeros suyos que siguen en política, y César.

Denostemos a Cicerón –ese viejo verrugoso- que se empeñó en soluciones pacíficas, pactos, compromisos y, sobre todo, en la vuelta a la decencia. Murió a manos de los cesaristas, cómo no. Él, que había perdonado la vida al golpista César, y a otros muchos de una intentona anterior, hacía ya tanto. En realidad ni siquiera era verrugoso, es publicidad. Lo dicen por su apellido, Cicero, que era herencia familiar y significa garbanzo. Queda mejor afear a los pérfidos amantes de la paz. También le afean hablar bien de sí mismo en su correspondencia privada.

Esto me recuerda a otro personaje digno de César. Aída Nízar también habla de sí en tercera persona y se pone por las nubes. Como César informando al público sobre su guerra.

Es la clave: no la decencia, el compromiso o la paz. La publicidad. Así podemos llamar asesinos a los palestinos y traernos a Eurovisión y al Euro-deporte a Israel, que se pasa los derechos humanos por donde quiere. Mientras bombardean Gaza con bombas de racimo, Napalm, fósforo blanco y otras bendiciones, nosotros invadimos países para buscar las armas de destrucción masiva que no tienen.

De esta manera, hablamos a los jóvenes de nuestros valores, lo mala que es la droga y que se pongan condones. Esperamos que nos crean. Las encuestas demuestran que no lo hacen, no les culpo. Cualquiera que tenga valor y aguante -la música es terrible y se hace mucho el ridículo- que baje a la calle y se meta en sus bares. Ellos mismos se lo contarán: nuestros valores son una inmensa mentira, el justo y bueno es el que gana, el malo el que muere, esa es la verdadera ley; el poder es lo que cuenta y no cuentas, ni eres nada, si no tienes poder. Por lo menos, fama. Cualquiera que le cuente eso a un joven ya ha empezado por no mentirle. Luego le puede contar que la droga no es tan mala, que lo que pasa es que es un negocio que se escapa a los de arriba, que…

De hecho, es lo que hacen y, claro, les sale bien. Mienten mejor y guardan mejor la mentira, nosotros somos menos creíbles que un camello.

Glorifiquemos al Divino César. Título que le pusieron sus seguidores, ávidos de sangre y de poder, mientras seguían su ejemplo y llevaban a la guerra civil a sus conciudadanos, en nombre de la libertad y del mismo pueblo al que robaban la voz. Sigamos su ejemplo y no nos extrañemos si no nos creen. Podemos vencer a algunos, pero no convencemos a nadie.

3 comentarios:

  1. Más razón que un santo tienes, nene!!Me gusta que azotes a la chusma!

    ResponderEliminar
  2. Ja, jajá. No busco polémica, de verdad, pero sí quedarme a gusto. Es como aquello que salía, no sé dónde: “¡Sácalo, sácalo!”

    No creerás que me autocensuro, pero es así.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar