miércoles, 10 de marzo de 2010

Respeto y edad.

Hola, loco.

Sigamos un poco con el idioma. Como dije, delata la forma de pensar. Los conceptos más polémicos van cambiando de palabra a medida que ésta, por ejemplo, adquiere tintes indeseados –peyorativos, fuera de moda, etc. – como ocurre con conceptos desagradables, o con los vocativos juveniles. No será con un “¿Qué pasa, macho?” como se quede hoy a la última.

Palabras y acepciones van quedando en desuso. Otras veces se pierde el significado mismo, el concepto mismo, y esto puede ser lamentable. A veces pienso que es una pena cómo perdemos algunos y que puede dañarnos socialmente. Se ve muy claro en el idioma, del que no soy experto. Hablo de conceptos antes relacionados con el respeto y la edad.

Hace nada veía por la tele uno de esos de “compatriotas por el mundo”. Unas profesoras españolas, que imparten en Francia, hablaban del trato. Al principio les chocó que les trataran de usted, comentaban, y no faltó la consabida conversación: que si qué pena, que te hace mayor, que si al final te acostumbras…

Seré de otro tiempo. No tengo problema en tratar con respeto a quien debo, tenga mayor, igual o menor edad que yo ¿Qué tendrá que ver? Comprendo que tenemos aún esa mentalidad de transición por la que nos da reparo lo relacionado con la autoridad. Entiendo que hubo abuso, pero no debemos confundir el mal uso de algo positivo, que es malo, con el uso de algo negativo, también malo pero distinto. Lo que no concibo es que aquellos que forman a nuestros hijos –por un malentendido progreso o por que la sociedad, imprudente, no les respalde- confundan el respeto a su labor con la propia edad. Así tendremos hijos que no lo entenderán, y luego todo son problemas.

Lo reconozco, me molesta cuando alguien me suelta eso de que le tutee porque le hago mayor. No digo nada y le tuteo, salvo excepciones. Aunque en efecto sea mayor, que esa es otra. Pero ahí me quedo pensando que, claro, si es idiota para confundir el respeto que nos debemos, mutuamente, no merece el mío.

Exceptúo relaciones en las que hay gente a la que no le quito, y le exijo, el tratamiento. Sobre todo en el terreno laboral. No lo hago, ni tampoco pienso que sean idiotas: a muchos les interesa. Por parecida razón nunca se lo quité a mi suegra, con todo lo que nos quisimos y la cuidé, que hasta murió en mi casa (sin ironía, necesitaba cuidados) Dios la tenga en su gloria. A veces es mejor cierta distancia y, aún cuando hay complicidad y entendimiento, es mejor no dar pié a malos entendidos.

Tenemos que saber diferenciar el respeto y aún la distancia debidos, de otras cosas. Diferenciarlo incluso de las personas. Antes, la enseñanza se encargaba de que aprendiéramos a diferenciar a la persona, que tanto podía ser un perfecto majadero como el más perspicaz, de su relación con nosotros. A otros se lo enseñaba el servicio militar. Había que respetar tanto al profesorado como a la oficialía, a la policía o a cualquier autoridad en el ejercicio de su función, aún cuando el individuo fuera el más infame. Sin más, no por respeto a la persona sino a la función. Lo mismo al revés: siempre he tenido y obtenido un trato correcto desde la autoridad y si no lo he exigido, que no somos ganado.

Con la edad también a vueltas. La gente cada vez muere más joven. Deben ser jóvenes de espíritu, que es algo muy bonito que hay que ser siempre, aunque que te apetezca descansar y disfrutar de la experiencia. Ya no es miedo a la muerte, parece miedo a hacerse adulto. Es ridículo. La experiencia ya no es un grado, debe ser una vergüenza.

Murió joven, me decían, hace nada, sobre una persona de cincuenta y tantos. A ver, quizá sea una muerte prematura; si acaso, muere pronto –ahora que esta palabra ya no significa “en poco tiempo, veloz”- pero no joven, no a esa edad. No le quites eso, que se lo ha ganado. Con varias operaciones a la espalda –y en la espalda- y un dolor constante que no se quitará en la vida, conozco cuarentón al que el médico, o cualquiera que le anda martirizando, le espeta que es joven. Toma del frasco: joven eres, aguantar debes. No hombre, no. Ni aunque lo fuera, que no lo es.

Yo reclamo mi respeto y mi adultez. Ya de paso me gustaría morir con dignidad, y con edad. Con mucha de ambas, si ustedes me lo permiten.

2 comentarios:

  1. Como cantaba el Niño Gusano: Tráteme de usted..soy mucho mejor que vos..

    Pero debo confesar que tienes razón y me siento identificada con lo que dices. Gran reflexión!

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  2. Gracias.

    No me extraña que el tema te interese, como profesora. El respeto a los profesores ha sido siempre la base de una buena enseñanza. No solo como base desde la que adquirir conocimientos, recibidos desde el enseñante al que se respeta. Hay más, el respeto mismo es materia primordial de una buena educación. La historia tiene buenas anécdotas, muy claras al respecto.

    Quiero insistir en dos cosas:

    -Se puede tener una buena relación sin perder las formas, con simpatía, distensión, incluso amistad.

    -Un profesor, como cualquier persona, puede apearse del tratamiento al que tiene derecho. No pretendo que se sea inflexible. Digo que el respeto es el punto de partida, que tiene sus formas, y que solo ha de bajar uno de ahí cuando ese punto está muy claro en la mente de educantes y educandos. Algunos se lo ganan muy merecidamente.

    Un abrazo.

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