miércoles, 4 de febrero de 2015

El vino de mi abuelo.

Mi abuelo materno tenía ocupaciones relacionadas con el agro. Le regalaban bastante vino que tenía en altos botelleros de la despensa. Esto me trae recuerdo de un par de anécdotas, que son ciertas y vienen con moraleja.

Recuerdo la primera como si lo viera ahora. En casa de mi abuelo dejaban todos la televisión -un armatoste como un mueble- para ir al comedor a ver el reto. Allí esperaba mi padre, sentado a la mesa. Los demás esperaban de pie, alguno asomando desde el pasillo. Mi abuelo salía de la despensa. He de decir que tenía gran capacidad escénica. Un aire sencillo y solemne, muy digno, una trascendencia que hacía dar un admirado gracias a las propinas más pequeñas que he conocido.

Traía la copa en una bandejita y se hacía el silencio. Mi padre hacía lo suyo. "Por el color..." empezaba, identificando rasgos. Seguía analizando con calma y concentración, nombrando matices del primer olor, el segundo, los reflejos. Explicaba el significado de alguno, acotando gradualmente una uva y una zona concretas. Tras paladear un par de veces, resolvía vino y añada.

Todos miraban a mi abuelo. Sin un gesto ni palabra, volvía a la despensa y traía la botella. Una vez más, mi padre había acertado. Quien más se alegraba era yo, admirado y aliviado. Alguna vez hizo vino, pero su suegro no le ponía caldos cercanos ni fáciles.

La otra es de Peñíscola. Mi abuelo había decorado los armarios del comedor con botellas seleccionadas. Durante mi infancia nos miraron desde lo alto, insignes. Un verano mi abuelo cayó en la cuenta ante una buena cena. Vinos excelentes estarían malográndose. Bajó la elegida lamentando que podía ser demasiado tarde, y descubrió que alguien ya lo había pensado mucho antes. Solo quedaban enteras las pocas que no habían rebasado su expectativa de vida.

Tras la sorpresa, se alivió. Alguien había tomado la decisión correcta. Peor hubiera sido abrir las botellas y ver echados a perder tan buenos trabajos.

Conocía bien a mi abuelo, alguna temporada viví en su casa. Creo que sabía que mi padre memorizaba las botellas de su despensa, colándose disimuladamente, y que aún así pocos podrían acertar sin ver cuál era la elegida. Creo que sabía que mi padre se había bebido la mayoría de las de la playa, salvo para las que fue tarde y alguna otra. Mi abuelo era un loco admirable que creía en la preparación personal. No se conformó con una sola carrera, y se esforzó en que sus hijos estuvieran preparados. Estudio y preparación ante el gran reto. La otra moraleja, por si no se nota, es que el vino es para beberlo. Al igual que la vida es para vivirla, y ambos tienen un objetivo. La simple ostentación deja envases vacíos; o peor, agriados por dentro.