miércoles, 17 de marzo de 2010

Mentiras interesadas.

Hola, loco.

Ya ha quedado evidente lo pedante que puedo llegar a ser en mis adentros. Llevo años callando por educación y por lo que dije, pero descansa uno al sacarlo. A por ello.

Siempre ha habido sinvergüenzas y desalmados dispuestos a arrebatar sin miramientos lo que corresponde a otros. No digo los obligados por la necesidad o la supervivencia, sino quien lo hace por puro egoísmo. No entiendo tanto anonimato y justificación.

Antes nos conocíamos todos, la reputación era importante y la justificación podía ofender. Otra vez lo del mal uso de algo bueno, contra el uso de algo malo. Todo eso del qué dirán era muy bueno. Si me habrá salvado veces. Saber que alguien debía en todas partes, que no tenía nada a su nombre, o que copa todo tu trabajo y más adelante corta los pedidos para ofrecerte la compra del negocio, me ha llevado a tomar medidas o desestimar negocios. La referencia sobre mí, ha traído gente a mi puerta.

Otra cosa es el mal uso, sobre todo cuando hemos pasado una época en la que no había libertad y se imponía por fuerza una buena reputación en personas que no la merecían. Eso es muy distinto, ya lo dije, y ya pasó. No cambia que la idea original, que a tanta gente buena ha salvado durante siglos, sería óptima si se llevara a cabo con transparencia y contraste.

Por desgracia, toda esta locura es ilusoria. Hoy la mala reputación no importa, ni siquiera se disimula. Ahora se hace orgullo y reivindicación de todo tipo de actitudes ruines, ya iré comentando.

Es habitual dar por sentado que en el fondo todos son criminales que no dudarían en robar, incluso en matar si pudieran, y que el contertulio lo acepte sin más. Tanto uno como otro muestran su vil naturaleza, pero no la de los demás. Sinceramente, me ofende. Creo que la gran mayoría de la gente no es así, por experiencia. Si fuera verdad, las cosas serían muy diferentes. La decencia, pura y dura, sin aspavientos ni grandes esfuerzos, es común en la gran mayoría. Dejará de serlo si convencemos de lo contrario.

Otra nueva “normalidad”, muy común, es confundir el amor a los tuyos con el desprecio a los demás. Malo es confundir la defensa propia con la agresión a los demás, pero estamos llegando a estados tribales donde se reclama lo bueno, sano y normal que es el jugar sucio a favor de lo propio –mi familia, mis amigos, mis ideas, etc.- contra quién de verdad lo merece. Ha llegado el día en que se nos exige actuar contra buena gente, en que se nos afea querer ser justos o decentes –conceptos referidos a la convivencia, que se pretenden relativos- porque es “normal” arrebatarles lo suyo para dárselo a un inútil cercano.

Con normal no se deben referir a las normas de convivencia, parece que se refieren a las de la naturaleza: lo natural, que también se usa. Naturales son los sentimientos y pasiones. Por ejemplo la venganza o cualquier impulso, y no es adulto ni sano llevarlos todos a cabo. Natural es cagar cuando viene. En la naturaleza es normal ser un salvaje, concepto este que muchos querrán relativizar. Podemos darle mil vueltas, pero la inmensa mayoría practica esas normas, mejorando la vida de todos. Por cierto, apelar a los sentimientos elementales con fines generales sí es demagogia.

Parece raro devolver lo que se encuentra. Toda mi vida lo he hecho, tal como lo encuentro. Antes llamaba al titular. Un imbécil pretendió que le diera, además, la diferencia del dinero que –decía- tenía que haber en su cartera. Ahora lo llevo a la oficina de objetos perdidos. En algunas se reparten lo que no se reclama entre ellos, así que lo llevo a la del ayuntamiento. Está lleno de objetos devueltos, somos muchos locos. Lo no reclamado es para beneficencia, si no lo quiere el hallador.

Sigamos, cada dieciséis segundos hay un canalla, por el mundo, argumentando que nadie conoce ni puede tener la absoluta verdad, por lo que el que afirma decir la verdad es un engreído que se cree superior a los demás. Esto no lo dice en conversaciones metafísicas o filosóficas, qué va: sobre cosas cotidianas. También me ofende, no puedo evitarlo. Siento que el mentiroso de turno se quiere reír de mi inteligencia, con filosofía descontextualizada.

Es simple, en la vida diaria: La verdad es la conformidad de las cosas o lo que se dice, con lo que se cree. No hace falta filosofía para creer o ser testigo de las cosas habituales, si no somos esquizofrénicos alucinando. Si no crees lo que dices, mientes. Por cierto, engreído es el que pretende engañar de forma barata. Dice el ladrón que todos son de su condición, y cree el fraile que todos son de su aire.

Políticos y desprestigio. El tema da para mucho, pero siguiendo con lo dicho diré que a los que más oigo afirmar que todos son corruptos, son gente que se sentiría más cómoda fuera de la democracia: anarquistas y franquistas. Por lo menos unos votan, aunque sea a regañadientes.

Lo malo de este caso es que algunos no tienen vergüenza, pero sí poder. Dicen que aceptar regalos es normal y que no pasa nada, el pan de cada día. El partido asiente y las tertulias afines lo sostienen, argumentan y explican. Solo alguno se desmarca, pero ni siquiera se ofende o pide dimisiones, ni aún retractación, a los primeros. No sé qué esperan que pensemos. Como da la casualidad de que van de “gente de bien” y “de orden” de toda la vida… nos queda pensar, por salvar a alguien, que esa “gente de bien” suelen presumir de ser ricos y no necesitar nada: quizá otros, siendo pobres, lo sean por decentes; como el común de los mortales.

Resumiendo, que me alargo. En mi loco mundo los que dicen que la mentira, la deshonestidad o el soborno son relativos, son mentirosos, salvajes y corruptos, respectivamente. El que dice que el pobre lo es porque no sabe robar, si es rico ha robado; si no lo es, está deseando. El que antepone lo suyo, a costa de los demás, es un infame se ponga como se ponga. El que lucha contra el qué dirán, esconde algo de lo que avisar. En mi locura, la mayoría es gente honrada, incluidos muchos ricos.

Prefiero ser un pedante que dejarme tomar el pelo; ser un loco, que un descarado sinvergüenza.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Respeto y edad.

Hola, loco.

Sigamos un poco con el idioma. Como dije, delata la forma de pensar. Los conceptos más polémicos van cambiando de palabra a medida que ésta, por ejemplo, adquiere tintes indeseados –peyorativos, fuera de moda, etc. – como ocurre con conceptos desagradables, o con los vocativos juveniles. No será con un “¿Qué pasa, macho?” como se quede hoy a la última.

Palabras y acepciones van quedando en desuso. Otras veces se pierde el significado mismo, el concepto mismo, y esto puede ser lamentable. A veces pienso que es una pena cómo perdemos algunos y que puede dañarnos socialmente. Se ve muy claro en el idioma, del que no soy experto. Hablo de conceptos antes relacionados con el respeto y la edad.

Hace nada veía por la tele uno de esos de “compatriotas por el mundo”. Unas profesoras españolas, que imparten en Francia, hablaban del trato. Al principio les chocó que les trataran de usted, comentaban, y no faltó la consabida conversación: que si qué pena, que te hace mayor, que si al final te acostumbras…

Seré de otro tiempo. No tengo problema en tratar con respeto a quien debo, tenga mayor, igual o menor edad que yo ¿Qué tendrá que ver? Comprendo que tenemos aún esa mentalidad de transición por la que nos da reparo lo relacionado con la autoridad. Entiendo que hubo abuso, pero no debemos confundir el mal uso de algo positivo, que es malo, con el uso de algo negativo, también malo pero distinto. Lo que no concibo es que aquellos que forman a nuestros hijos –por un malentendido progreso o por que la sociedad, imprudente, no les respalde- confundan el respeto a su labor con la propia edad. Así tendremos hijos que no lo entenderán, y luego todo son problemas.

Lo reconozco, me molesta cuando alguien me suelta eso de que le tutee porque le hago mayor. No digo nada y le tuteo, salvo excepciones. Aunque en efecto sea mayor, que esa es otra. Pero ahí me quedo pensando que, claro, si es idiota para confundir el respeto que nos debemos, mutuamente, no merece el mío.

Exceptúo relaciones en las que hay gente a la que no le quito, y le exijo, el tratamiento. Sobre todo en el terreno laboral. No lo hago, ni tampoco pienso que sean idiotas: a muchos les interesa. Por parecida razón nunca se lo quité a mi suegra, con todo lo que nos quisimos y la cuidé, que hasta murió en mi casa (sin ironía, necesitaba cuidados) Dios la tenga en su gloria. A veces es mejor cierta distancia y, aún cuando hay complicidad y entendimiento, es mejor no dar pié a malos entendidos.

Tenemos que saber diferenciar el respeto y aún la distancia debidos, de otras cosas. Diferenciarlo incluso de las personas. Antes, la enseñanza se encargaba de que aprendiéramos a diferenciar a la persona, que tanto podía ser un perfecto majadero como el más perspicaz, de su relación con nosotros. A otros se lo enseñaba el servicio militar. Había que respetar tanto al profesorado como a la oficialía, a la policía o a cualquier autoridad en el ejercicio de su función, aún cuando el individuo fuera el más infame. Sin más, no por respeto a la persona sino a la función. Lo mismo al revés: siempre he tenido y obtenido un trato correcto desde la autoridad y si no lo he exigido, que no somos ganado.

Con la edad también a vueltas. La gente cada vez muere más joven. Deben ser jóvenes de espíritu, que es algo muy bonito que hay que ser siempre, aunque que te apetezca descansar y disfrutar de la experiencia. Ya no es miedo a la muerte, parece miedo a hacerse adulto. Es ridículo. La experiencia ya no es un grado, debe ser una vergüenza.

Murió joven, me decían, hace nada, sobre una persona de cincuenta y tantos. A ver, quizá sea una muerte prematura; si acaso, muere pronto –ahora que esta palabra ya no significa “en poco tiempo, veloz”- pero no joven, no a esa edad. No le quites eso, que se lo ha ganado. Con varias operaciones a la espalda –y en la espalda- y un dolor constante que no se quitará en la vida, conozco cuarentón al que el médico, o cualquiera que le anda martirizando, le espeta que es joven. Toma del frasco: joven eres, aguantar debes. No hombre, no. Ni aunque lo fuera, que no lo es.

Yo reclamo mi respeto y mi adultez. Ya de paso me gustaría morir con dignidad, y con edad. Con mucha de ambas, si ustedes me lo permiten.

martes, 2 de marzo de 2010

Castellano o español.

Hola, loco.

Primer blog, primer tema, y ya me siento en la obligación de empezar aclarando el idioma en el que me voy a expresar. Es curioso que sea uno de los más hablados del mundo y que aún no nos pongamos de acuerdo sobre su nombre, sobre todo cuando se suele decir que el idioma delata la forma de pensar de un pueblo.

¿Castellano o español? Las lenguas no cambian de repente, pero la evolución es constante. Cuando se acumulan muchos cambios, acaba por verse que no se trata de lo mismo y se le pone una nueva etiqueta que sirva para saber exactamente a qué nos referimos. El principio lo ignoramos: el idioma que hablaran Adán y Eva. No era latín. Sabemos que sus descendientes no han parado de hablar, claro, en diversas lenguas de las que desconocemos sus nombres reales. El latín evolucionó desde alguna indoeuropea. Tiene ya nombre auténtico el latín, que sigue por las lenguas romances, el castellano…

Empezamos con el jaleo, en vez de seguir con la evolución natural de las cosas, nos ponemos ibéricos. Mejor dicho, no nos ponemos de acuerdo y, a menudo con explicaciones políticas, unos llaman castellano antiguo al castellano, y castellano moderno a lo que hablamos, mientras otros dan el paso y dejan al castellano donde estaba y llaman a lo nuevo idioma español.

Creo que en efecto el idioma ha evolucionado, el que piense lo contrario que empiece por leerse en crudo la primera literatura castellana. No debe tal evolución únicamente a Castilla.

Españoles y no castellanos eran Boscán, Baltasar Gracián, Guillén de Castro, Avellaneda, los Argensola y hasta el Inca Garcilaso o Ruiz de Alarcón, por citar algunos y de solo una época. Hay nombres mucho más conocidos, pero no voy a extenderme por toda la literatura. No solo hay escritores muy prominentes de todas las partes de España, sino escritores españoles de América.
Don Miguel de Unamuno, muy español y nada castellano.
No hace falta quedarse solo en los escritores. Palabras como capicúa, forastero, chepa, izquierda, huracán, borracho, chabola, silo o aquelarre no son castellanas, en absoluto, pero los que las introdujeron en el idioma español -sustituyendo a palíndromo, foráneo, etc.- por españoles se tenían. Palabras españolas eran y son, de ninguna otra parte vinieron. A partir de cierto momento, eran sobre todo españoles, más que castellanos, aquellos que conformaron este idioma en su evolución. Merece pues llamarse idioma español o lengua española.

En resumen: No es quién lo hable, sino quién lo hizo. Los latinos crearon el latín, que hablaban los romanos; evolucionó en el Imperio Romano y llegaron diversos romances, que se hablaban hasta en la Hispania musulmana; siguió evolucionando y los castellanos construyeron su idioma -el castellano- del que sus primeras muestras leemos con cierta dificultad, y que se llegó a hablar fuera de Castilla, y mucho. Sigue su evolución y españoles de todas partes, con sus contribuciones, crearon nuestro idioma, que se habla también fuera de España. Seguirá evolucionando, hasta que no se entienda, y habrá que ponerle nombre… la que les espera si tienen que depender de la política para ello.